Fantástico, por Gisela Ortega
El tibetano comienza el día con una taza de té con manteca y lo acaba de igual modo: cualquier ocasión es un pretexto para tomar su bebida favorita. Según dicen, algunos llegan a tomarse hasta cien tazas diarias. El té es para los tibetanos un artículo de primera necesidad. Durante la guerra para explicar que la gente estaba sometida a las más duras privaciones decían “cha-mo-nai”, -no hay ni siquiera té-.
En los tiempos primitivos, el pan se cocía bajo la ceniza. En Europa. Los hornos fueron introducidos por los romanos, que lo habían encontrado en Egipto. A pesar de esto, el antiguo modo de cocción se mantuvo mucho tiempo.
La costumbre de hacer levantar la masa con la agregación de un ácido fermentado, no fue universalmente adoptado por los antiguos. La masa sin levadura no produce sino un pan negro e indigesto, se tenía la precaución, para que el cocimiento fuese más completo, de dar a los panes poco espesor. Esos panes hacían las veces de platos para servir y cortar las carnes; humedecidos por las salsas y el jugo, eran consumidos luego como pasteles. Sería difícil indicar en qué época precisa comienza a adoptarse en Europa la costumbre de hacer levantar el pan, pero es posible afirmar que durante toda la Edad Media, esa costumbre no es, ni mucho menos general. La levadura de cerveza que, según Plinio, era conocida de los galos, se reservaba a la pastelería, siendo preciso llegar al siglo XVI para verla utilizar por los panaderos de París en la elaboración del pan.
A los judíos, durante los ocho días de la Pascua, les está prohibido comer pan con levadura. Con esto conmemoran la salida de Egipto del pueblo de Israel, pues entonces los judíos, atareados con los preparativos del éxodo, no pudieron poner levadura al pan.
En los primeros años del Siglo XX, apenas si había en Madrid, España, restaurantes, propiamente dichos. Cuando se quería o se tenía que comer fuera de casa, el recurso habitual eran los cafés, algunos de los cuales llegaron a gozar de justa fama por la exquisitez de sus cocinas y abundancia en las raciones. Y en todos ellos era norma no cobrar el pan que los clientes consumían en sus comidas, hasta que la vida empezó a encarecer, y así, en septiembre de 1904, el gremio tomó la determinación de cobrarlo.
La expresión “con su pan se lo coma”, con la que uno da a entender la indiferencia con que mira las cosas de otro, según la definición académica, es muy antigua. José María Iribarren, en “El Porqué de los dichos”, dice que la más remota que se conoce es la que figura en la célebre comedia La Lena o el celoso, que escribió a fines del siglo XVI Alfonso Velásquez de Velasco. En el acto III, escena IV, se lee….”y dicho que, si ha hecho mal, con su pan se lo coma”.
Tiene el ajo, en algunos países árabes, unas virtudes desconocidas en Occidente. En España, por espacio de algunos años, se creyó que podía curar el reuma, pero ni los más afectados por tan cruel y pertinaz dolencia fueron capaces de resistir su aroma. Los árabes van más lejos y no es raro ver un diente de ajo colgado de las puertas de las casas para alejar a la mala suerte, de olfato delicado al parecer.
En Turquía, antes de su europeización -1925- , era frecuente ver a tiernas criaturas con una ristra de ajos en el cuello, oloroso amuleto que se consideraba les ponía a cubierto de la mala suerte.
El Champagne no es, simplemente, un vino procedente de la región francesa así denominada. El champagne que hoy tomamos fue creación de dom Perignon, monje dominico, cillero de la abadía de Hautvilliers, por el año 1580, y no precisamente por casualidad. Mucho tuvo que discurrir el buen dominico hasta lograr el tan celebrado vino, que puso de moda, en Francia el rey Enrique III de Valois, pues hasta entonces, en era el Borgoña el vino que se bebía en las grandes solemnidades.