Filosofía del exterminio, por Simón Boccanegra
Hace poco tiempo, durante un foro sobre delincuencia y política antidelictiva, a un altísimo jefe policial se le salió una infidencia descomunal -y aterradora. Preguntado sobre qué pensaba hacer con el contenido de aquellas denuncias que hacía el periodista José Roberto Duque en sus crónicas, sobre policías involucrados en ejecuciones o en actos de brutalidad (con nombres, apellidos y números de chapa, José Roberto señalaba a funcionarios que asesinaban, torturaban, sembraban drogas e intimidaban a ciudadanos, no siempre incursos en delitos), respondió el Alto Jefe: «Bueno, aquí nos reímos mucho y felicitamos a los agentes que son mencionados por el Duque». Dándose cuenta de la enormidad que había dicho, el hombre corrigió y dijo que para eso había algo así como una oficina «de quejas y reclamos», para denunciar las faltas policiales. Una especie de Mar de los Sargazos, porque aquellos tombos denunciados por el Duque jamás fueron investigados o acusados formalmente y por ahí deben andar, recibiendo la felicitación de sus colegas: «¡Ese veterano!»