Fito Páez brilló a pesar de las sombras de Invershow
El talento y el compromiso del argentino Fito Páez supera toda limitante. El cantautor volvió a Caracas para celebrar los 30 años de su álbum fundamental, El amor después del amor. Fue el décimo show de la gira internacional con la cual revive temas que se convirtieron en pilar de su carrera, incluso con nuevos arreglos.
Con esa energía y esa fuerza logró llenar de sonidos, de vibra, de amor y de emoción a un Poliedro de Caracas a medio llenar. Los espacios vacíos en tribunas, la disposición de un sector de privilegiados arreglados como en jaulas «box» frente a la tarima (que fue dispuesta bastante adelante dentro del recinto dejando acotando su capacidad de ocupación), así como la desesperada entrega de cortesías por parte de patrocinadores el día del show, fueron evidencia de lo que en el argot de producción se conoce como «un culazo».
Difícil esperar otra cosa cuando la productora cobró los boletos con precios abultados, en comparación con otras citas internacionales del rosarino. En Madrid, donde se presentará el 25 de octubre en el Wizink Center, los boletos rondan los 50 dólares. Es decir, menos del doble que en la capital venezolana, en muchos casos, y al menos 10 dólares menos que el precio más económico en Venezuela. Y así se ha repetido en los demás venues, incluso en el emblemático Radio City Music Hall de Nueva York.
Pero más allá del precio de los boletos, lo que quedó claro es que la productora Invershow, a pesar de haberlo traído varias veces al país, sigue sin entender al fanático de Fito Páez. No hay otra explicación para que la música de ambiente haya sido regguetón (ocasionando una pita a la Djane dispuesta para amenizar la espera) y luego haya comenzado a sonar el cliché de rockero venezolano: Caramelos de Cianuro.
Ni hablar de la selección de Samir Bazzi como animador de la cita, con una impostura más cercana a Sábado Sensacional que a un concierto de rock latinoamericano. Eso sí, se dedicó repetidas veces a echarle jaladitas al dueño de Invershow, el exministro Pedro Morejón, cuya historia puedes conocer haciendo clic aquí, y hasta pidió aplausos para él. Sonaron famélicos.
Por otra parte, y a pesar de que Jorge Luis Chacín es un músico muy completo y de repertorio atractivo, sin duda acudió a un escenario donde iba a desentonar. Con sus ritmos de salsa, apenas logró mover el esqueleto de los más románticos y caribeños espectadores que esperaron dos horas para que Fito Páez tomara el proscenio… y lo hizo por cierto quejándose de la calidad del sonido.
Y con razón, porque de haber estado todo correcto las notas que le exprimió Juani Agüero a su guitarra hubiesen sonado mucho más rotundas, como era su intención según se le veía fajado a través de las pantallas (dispuestas de manera vertical y por tanto con imagen estirada para encajar, quién sabe por qué). Pero muchas veces quedó arropado por el sonido de la percusión, o simplemente por l mala calibración de algún fader.
En todo caso, Fito Páez siempre brinda espectáculos tremendos. La veintena de piezas que mostró en el Poliedro lo confirmaron como un artista creativo, vigente, inquieto y único. Capaz de rodearse de ejecutantes precisos y destacados, como la cantante Mariela «Emme» Vitale, que lo acompañó en los coros, y convencido de que en la cultura popular latinoamericana está el secreto de la mejor música global, allá donde los beats repetitivos y calcados no logran llegar. Un mensaje que no dejó de recordarle a las nuevas generaciones, un llamado desde el Olimpo.
A rodar la vida, como en esta reseña tardía y visceral.