Fitzcarraldo, por Simón Boccanegra
Con aire de decepción, Chacumbele reconoció en estos días que su proyecto del Gasoducto del Sur había muerto. Falleció de consunción. Calladamente, los países involucrados dejaron de hablar del tema. Chacumbele, por supuesto, piensa que sus colegas no supieron calar en toda su importancia la grandiosa obra. Sin embargo, cualquiera con dos dedos de frente podía percibir desde el comienzo que aquello eran vapores de la fantasía de un tipo sin sentido alguno de la realidad. La obra era inviable, ultracostosa y se llevaría en los cachos la mitad de la Amazonia.
Cuando Lula se retrataba con Chacumbele, fingiendo que miraba atentamente el mapa de Sur América, sobre el cual aquél trazaba la ruta del monstruo, en su fuero interno debía estarse preguntando si su vecino del Norte no tendría una teja rodada. El gasoducto del sur siempre me recordaba aquella famosa película de Werner Herzog, Fitzcarraldo, en la cual se contaba la historia demencial de un empresario peruano-irlandés que llevó un barco, por tierra, a través de las montañas y selvas peruanas. Una fábula acerca del poder destructor de los caprichos del poder.