Francia verde, por Fernando Mires
Se esperaba, más no tanto. En las elecciones comunales del domingo 30 de junio, una ola verde ha inundado a Francia. Municipios como los de Lyon, Bordeaux, Strasburgo, entre otros, han sido electoralmente “tomados” por los ecologistas.
La importancia política del hecho trasciende a las elecciones comunales pues sus luces se proyectan hacia las presidenciales del 2022. No sin motivos. En Francia, a propósito del triunfo verde, ha sido acuñado el término petite rèvolution. Y si por revolución entendemos un cambio en las relaciones de poder, el término cabe perfectamente. Pero el impacto no termina ahí.
Si los Verdes continúan su trayectoria ascendente hacia el 2022 – no hay ninguna razón para suponer lo contrario – pueden llegar incluso a poner feliz término a la estrategia del “mal menos peor” impuesta en Francia por el lepenismo desde los tiempos del padre fundador. De acuerdo al tenor de esa estrategia, la ciudadanía democrática, a fin de evitar el avance del peligro neo-fascista, se veía siempre obligada a votar en la segunda vuelta por candidatos no mayoritarios.
De este modo la presidencia era ocupada por candidatos de segundo orden, vale decir, no por los elegidos sino por los aceptados. O no por un sí, pero sí por un no. Macron, más que por sus evidentes virtudes, llegó a la presidencia como resultado de un afortunado invento de la nación frente a un lepenismo que se aprestaba a hacerse de todo el poder.
Presidentes sin emblemas ni carisma, han debido gastar esfuerzos no en el normal oficio de representar a sus representados sino en conquistar desde el gobierno a nuevos representados que avalen su gestión. En ese punto los esfuerzos de Macron han sido enormes, casi gigantescos.
No obstante, en ese afán por intentar representar a todo el mundo, se termina representando, si no a nadie, a muy pocos. Al fin, y gracias a los Verdes, después de mucho tiempo la ciudadanía democrática francesa se encuentra frente a la posibilidad de construir un no con un sí agregado. Quiere decir: A no votar solo por una negación (del lepenismo) sino también por una afirmación.
¿Por qué los Verdes? ¿Dónde reside el secreto del éxito de los ecologistas franceses (y alemanes)? La respuesta no es difícil: en un mensaje deducido de una ubicación en la geometría política: los Verdes, efectivamente, han llegado a constituirse en el partido que mejor ha logrado captar las configuraciones de la llamada sociedad del capitalismo posindustrial (hay quienes incluso hablan de poscapitalismo)
La ciudadanía de los países más avanzados de Europa ya no se interesa por grandes ideologías, ni por verdades metafísicas o macrohistóricas, sino por temas que nacen de la vida cotidiana, de la realidad inmediata, en los espacios constitutivos de la polis, en el propio habitat. No obstante, errado sería clasificar a los Verdes como un partido regionalista. Por el contrario: su gran aporte reside en haber sabido unir las tres dimensiones de la política europea: la región, la nación y el globo.
La región o el contorno habitado, la nación en un contexto europeo y la globalidad con sus milagros digitales y sus catástrofes naturales.
Frente a cada uno de estos espacios tienen los Verdes una respuesta. Eso quiere decir, aún levantando políticas sociales, los Verdes no son clasistas y mucho menos partidarios de la lucha de clases. Han logrado articular una serie de demandas democráticas no ecológicas, entre ellas las de género, las de los extranjeros residentes, la lucha por las libertades públicas. En breve: ofertas transversales y, no olvidemos, generacionales.
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Mientras más aumenta el electorado juvenil, más aumentan las opciones de los Verdes. No son utopistas, pero sí articulan ideales de la juventud. No quieren cambiar el orden mundial y sin embargo defienden políticas transnacionales. Proponen nuevas reglas de control en la alimentación, en el tráfico automovilístico, en la racionalización energética, en contra de la excesiva iluminación de las zonas comerciales en desmedro de las habitacionales, del congelamiento excesivo de la alimentación (hasta treinta grados, es la divisa) y del tratamiento a los animales.
Incluso Macron, inmediatamente después de las elecciones mostró una vena verde que – a diferencias de Merkel, quien fuera ministro del medio ambiente – nadie conocía. De este modo apareció abogando por la ecologización del agro, a favor del tráfico digital- ferroviario, por la disminución de vuelos nacionales que demanden menos de cuatro horas, a favor de un cambio en la velocidad máxima en las carreteras (110 Kms por hora) y así sucesivamente.
Interesante es constatar que todas estas demandas que hace 50 años habrían aparecido como fantasiosas o irrealizables, son hoy posibles gracias a la digitalización de la economía. Habiendo nacido en las agónicas postrimerías del periodo industrial, los Verdes han llegado a ser el partido de la revolución digital.
Así como los antiguos partidos socialistas tenían como objetivo la regulación de las relaciones entre capital y trabajo a favor del segundo sector, los Verdes defienden los intereses de los usuarios del espacio digital, incentivando nuevas invenciones, pero a la vez proponiendo vías que lleven a una estructura más equitativa y racional.
En gran medida los Verdes son partidarios de una revolución digital con “rostro humano”. En ese sentido pueden ser considerados como herederos de las tres principales corrientes de la modernidad. En su relación con el medio ambiente son conservadores.
En la defensa a ultranza de los derechos individuales, son liberales. En la defensa del Estado-social, son socialistas.
Incluso, sectores que originariamente vieron en los Verdes una amenaza para el orden social y político, los ven ahora -al compararlos con los anárquicos Chalecos Amarillos – como un factor de orden.
El mañana europeo no será ni rojo ni negro. Lo más probable es que sea aún más verde que hoy.
No obstante, no debemos caer en idealizaciones. El origen izquierdista de los Verdes, tanto franceses como alemanes, es a veces un obstáculo, sobre todo en momentos donde es necesario contraer alianzas con sectores conservadores para cerrar filas frente a peligros comunes. Del mismo modo la idea de que los demás partidos de izquierda son partidos “hermanos” por ser anti-capitalistas, inhibe en muchos Verdes una crítica radical a determinadas posiciones totalitarias de la izquierda clásica.
En la misma línea, en el terreno internacional, el “anticapitalismo” vernáculo de los Verdes deviene en algunas ocasiones en simple “anti-americanismo”, hoy avivado por la actitud anti-europea y anti ecológica del presidente Trump. Cabe agregar que las posturas de los Verdes a favor de los emigrantes suelen caer en idealizaciones, mostrando en ese punto un déficit programático que empeora en vez de facilitar algunas soluciones.
Y en la visualización de los enemigos fundamentales de la Europa democrática, si bien los Verdes no pierden oportunidad para enfrentar al neo-populismo de “ultraderecha”, muchos de ellos no han logrado todavía visualizar la amenaza que proviene de la Rusia autocrática dirigida por Putin. Una amenaza que temprano o tarde los obligará a contraer alianzas con otros sectores políticos situados más en el centro que en la punta izquierda.
No obstante, y pese a todo, “la esperanza verde” es efectiva. Los Verdes han devuelto vitalidad y entusiasmo a una política francesa y europea que, antes de la llegada de ellos, estaba por caer en los tentáculos de la modorra y de la burocratización anti-política, fenómenos que por lo general preceden a los regímenes anti-democráticos. Bienvenidos sean ellos al huerto del poder.
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