Franklin Brito, por Simón Boccanegra

La huelga de hambre de Franklin Brito, el agricultor que recurrió a este recurso extremo para hacer valer sus derechos, adquirió, hasta su desenlace, un carácter épico. Un hombre solo, sin ningún tipo de organización por detrás, ni gremial ni política, se declaró en huelga de hambre ante la sede de la OEA hace más de 140 días, al final de los cuales parecía una figura salida de los campos de concentración nazis, con un deterioro en su humanidad cuyas consecuencias fisiológicas seguramente son terribles. Solo contra el gobierno, solo ante la indiferencia. Pedía apenas que el INTI, esa institución de abusadores, le devolviera su pequeña finca, situada en Guayana, cuya invasión había propiciado, para entregarla a un par de sujetos de franela roja, que de allí en adelante fueron dotados de sus respectivas cartas agrarias, para el usufructo de la tierra de la cual habían despojado al señor Brito. Este hizo todas las diligencias posibles ante las instituciones supuestamente encargadas de atender casos como el suyo. Siempre infructuosamente, como es obvio y propio de la gente que nos gobierna, dispuesta a convalidar cualquier abuso y/o atropello de sus conmilitones. Entonces puso en juego su propia vida, sin aspavientos, casi de modo clandestino, porque, fuerza es admitirlo, sólo muy al final los medios de comunicación tuvieron noticia de su ayuno y pudieron prestar atención a su empeñoso esfuerzo. El hombre se jugó la vida en verdad. No fue la suya una pantomima y muy probablemente fue la evidencia de su ruina física, que presagiaba una muerte inminente, la que llevó, finalmente, al INTI, es decir al gobierno, a reconocerle sus derechos. Franklin Brito es un valiente y un hombre lleno de dignidad, que merece el mayor de los respetos. Pero qué triste país es uno en el cual un ciudadano tiene que recurrir al extremo de morir de hambre para hacer valer sus derechos. Tiempo de ratas éste.