Frases imbéciles, por Marcial Fonseca
Twitter: @marcialfonseca
Siempre nos ha llamado la atención cómo en situaciones cotidianas, anodinas, cuando queremos hablar de ellas, o simplemente ser retóricos, normalmente nos sale lo más imbécil de nosotros; y esto ocurre como individuos o como grupos. Quizás muchos pensarán en el tratado de mabitología de Aquiles Nazoa; pero no aspiramos a tanto; aunque el maestro identificó frases pavosas que deberían estar en nuestra lista. Sirvan de ejemplos, llamar a las prostitutas «mujeres de la vida»; despedir a los invitados con «vayan perdonando lo malo», o «el luto se lleva en el corazón».
Regresemos a lo nuestro y, entrando en materia, imagínense a dos esposas conversando en una mesa y sus maridos en otra; es seguro que una de ellas le dirá a la otra: «Mira pa’ allá, ¿qué estarán tramando esos muérganos?».
La estupidez acá es que las cónyuges siempre piensan que sus esposos son unos playboyes, unos donjuanes. Ah, mundo, si nos acercáramos para oír lo que están hablando sus hombres; el uno le estará detallando el jonrón del cuarto bate de Cardenales de Lara en el juego de anoche; y el otro, y que será lo más sicalíptico que diga en su vida, que la yegua Solitaria ganará de punta en la quinta válida del domingo.
Pero veamos casos individuales, que son los más retóricos. ¿Cómo clasificar a aquellos a los cuales le preguntamos la hora, y muy ufanos muestran la muñeca desnuda y contestan: «Yo no soy esclavo del tiempo, por eso no uso reloj».
Una universidad norteamericana se interesó por el efecto de los relojes de pulsera en los hombres (en las mujeres no lo analizaron porque para ellas era una prenda más que combinar con el vestuario). La conclusión del estudio fue que los hombres descienden a primaria cuando le preguntan sobre cosas que sirven para programar el tiempo. ¿Habrá frase más tonta que esa? Ya veremos que sí.
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Vayamos a otras situaciones. ¿Cómo llamaríamos a esas personas que suelen decir?: «Yo soy de la condición de que por las buenas soy buena, pero por las malas, búsquenme».
Estas, casi siempre ante cualquier diferencia o conato de discusión, se van por la tangente. Son conocidas como las instintivas: si no comen, les da hambre; si no toman agua, sed. Son las que, cargadas de paquetes y esperando el autobús, cuando este llega suben, ponen en el piso lo que cargaban y en ese momento buscan la cartera para pagar el pasaje; la cabeza no les da para más.
Claro, el hecho de que la frase sea tonta no le quita que creen situaciones humorísticas. Alguien está desesperado buscando las llaves de su carro, cuando las encuentra, exclama: «Las conseguí en el último lugar donde las busqué». Habría que responderles: «Bien bolsa si las sigues buscando después de haberlas conseguido».
De todo el repertorio de frases disponibles, la más infame y favorita del autor es una que ya se ha convertido en frase manida o en un expletivo. Es aquella que usamos cuando queremos consolar a alguien que está pasando por la muerte de un ser querido; haya sido natural o violenta. Muchas veces alguien le dice a otro, que está desconsolado llorando por la muerte de su madre: «Llorando no la vas a revivir». No es difícil adivinar lo que hay que espetarle a ese animal. Pero, a pesar de lo estúpida, es muy usada.
En las caminatas matinales del autor, acostumbra oír podcasts policiales; y siempre termina alguien diciendo, por ejemplo, que está contento con la sentencia a cadena perpetua, aunque eso no traerá a la persona asesinada de regreso. Pareciera que es difícil ver que es la justicia trabajando y no un acto de resurrección. Y la desilusión sigue.
En la novela ganadora del Premio Planeta 2019 de Javier Cercas, aparecen dos ejemplos de la triste frase. Y en la novela, probablemente más antigua de la humanidad, y con el honor de haber sido escrito por una mujer, hablamos de La historia de Genji, de Murasaki Shikibu, a una niña le dicen que su abuela no resucitará por más que la llore.
Marcial Fonseca es ingeniero y escritor.
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