Frente al espejo, por Simón Boccanegra
De todas las iniciativas que el Presidente lanzó en el curso del mes siguiente al golpe, la que tenía mayor importancia política era la de la Comisión para el Diálogo. Era precisamente la que habría podido colocar frente a frente a los protagonistas de la tempestad política que viene devastando al país. El más elemental sentido común indicaba eso. Cuando se plantea un diálogo es obvio que los interlocutores deben ser precisamente quienes están bravos. Lo contrario sería tan absurdo como que, por ejemplo, los gringos, para negociar el fin de la guerra en Vietnam, se hubieran sentado en la mesa con los camboyanos y no con los vietnamitas. Eso fue lo que hizo Chávez. Designó una comisión donde está representado su lado pero no el contrario. Se sentó con los camboyanos y no con los vietnamitas. Por supuesto, esa comisión está agonizando. Lástima, porque ese habría sido un escenario privilegiado no sólo para discutir una agenda de problemas inmediatos sino para explorar las posibles salidas políticas a la crisis y, además, para dar cauce político al tremendo enguerrillamiento que sacude al país. ¿Hay tiempo para remendar ese capote? Tiempo hay, pero, ¿habrá voluntad?