Fuera del radar, por Aglaya Kinzbruner
Twitter: @kinzbruner
Dicen que la población de Venezuela es aproximadamente de unos 28 millones y tantos. Si alguien hiciese la observación que en un tiempo fuimos 35 millones, entonces le recordaríamos que 7 millones, según ACNUR, se han ido yendo poco a poco por falta de trabajo, comida, oportunidades, medicinas y sobre todo, esperanzas. ¿Puede alguien emigrar porque se le acabó la esperanza? Me dicen que sí, con toda seguridad. Y a esos siete millones, aunque algunos lo duden, hay que añadirles muchos más. ¿Quiénes?
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A ver, están los conciudadanos (como decía Rómulo) con dos pasaportes. Pues éstos salen con pasaporte venezolano y llegan al país del cual también son ciudadanos con el pasaporte adecuado. ACNUR, con todo respeto, no tiene cómo enterarse de este procedimiento, porque estos señores se encuentran fuera del radar. También están aquellos que se fueron para estudiar y después de los estudios se les ofreció un buen trabajo y se quedaron fuera. Quizás vuelvan de vez en cuando a ver si esto se arregló.
En cuanto a este tópico vale la pena reseñar que hay dos Venezuela: la que no se arregló, que es más o menos el 80% del país; y la que se arregló y se sigue arreglando, que corresponde al 20% restante. Entonces, sí recapitulamos, nos dan las cuentas que somos 28 millones, porque se nos fueron poco a poco siete millones que no son tales sino muchos más.
Si a esto le añadimos que los pensionados de la administración pública son más de cinco millones a los cuales hay que añadir los pensionados de empresas privadas que son pocos, pero existen, los autoempleados que sí son muchos, pero difíciles de censar y los que nunca han trabajado por falta de vocación.
La conclusión a la cual llegamos sin demasiada dificultad es que por lo menos un tercio de esos 28 millones se encuentra en la tercera o cuarta edad sin mayor esperanza de volver a ver su familia, de cumplir con los tres golpes de comida diarios y entonces queda claro, clarísimo que en un país con estas perspectivas se lancen algunos para la selva del Darién que es algo así como la antesala del infierno.
Dante explica muy bien quiénes son las personas que pululan en el preinfierno o, más bien el vestíbulo del infierno. Son los inútiles, los indecisos, los cobardes, los que siempre tuvieron miedo de expresar sus opiniones y se escondieron detrás de una fraseología sin sentido, nunca dieron apoyo a una bandera, una ideología, una forma concreta de pensar. Ahora están obligados a andar detrás de una bandera sin signo que la distinga, desnudos, perseguidos por abejas y avispas que los pican sin cesar y, si se tiran al piso, vendrán gusanos y lombrices a atacarlos con peligro que se metan ahí donde, escondidos; ¡habrá lugares desguarnecidos!
Luego Dante decide cruzar el río y se sube a la barca de Caronte y éste no se lo quiere permitir porque está «vivo». En ese momento interviene Virgilio, el fiel compañero de Dante, y dice: Vuolsi cosí colá dove si puote que traducido del Volgare significa algo así: «donde manda capitán no manda marinero». Y dejamos a Dante en la búsqueda de su adorada Beatrice y nos quedamos con una breve consideración.
¿Cuál será la población de Venezuela cuando un tercio de ella se encamine a praderas más verdes? ¿Y así, casi de repente? Y dulcis in fundo, ¡una buena noticia! ¡Donde San Pedro se llega sin pasaporte!
Aglaya Kinzbruner es narradora y cronista venezolana.
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