Gabo, por Simón Boccanegra
El homenaje que Colombia rindió a Gabo, a García Márquez, por sus 80 años y los 40 de la primera edición de «Cien años de soledad», fue un evento indescriptiblemente emocionante y conmovedor. Para quienes tuvimos el privilegio de estar allí, en el espléndido Centro de Convenciones de la mágica Cartagena, fue uno de esos momentos que, como reza la ranchera mexicana, mantendrán encendido el brillo de su luz, “hasta dentro del fondo del alma”, por años de años. Todos los discursos, sin excepción, fueron breves y estupendos. Gabo respondió con un cuento típicamente suyo y en diez minutos creó un irreverente ambiente de joda caribeña en un acto regido por majestades, presidentes y ex presidentes. Las mil y pico de personas en la sala literalmente estábamos alrededor de una mesa, echándonos palos con Gabo y oyéndolo contar la peripecia maravillosa de cómo escribió esa novela. Cuando salíamos vimos una multitud delirante, casi toda de muchachos y muchachas, ovacionando a Gabo y pidiéndole autógrafos. Comenté con alguien que bendito el país donde sus gentes aplauden a su mayor escritor como si fuera un ídolo deportivo o una estrella de rock -que son los únicos mortales con el bello privilegio de ser queridos sin discusión alguna.