Gabriel Pastor: Solo vemos la migración desde categorías legales y no humanas
El corresponsal del medio uruguayo El Observador señaló que los procesos migratorios carecen de humanidad y que esto debería ser una condición ética en el derecho. Agregó durante la entrevista que eso debería «reflejarse en la sociedad, en la educación y en la formación de la ciudadanía»
Gabriel Pastor es el corresponsal en Washington del medio uruguayo El Observador y antes lo fue en Bogotá, donde obtuvo una maestría en filosofía moderna que tituló La Hospitalidad en Derrida, elementos para pensar el drama contemporáneo de los migrantes, interesado no solo en el fenómeno de movilidad humana que ha impactado a Colombia sino en su propio caso como migrante latinoamericano. “Cuando analizamos las migraciones lo vemos desde las categorías legales, esto es migrante, esto es apátrida, esto es refugiado, siempre estamos detrás de este fenómeno de los papeles. Pero la condición de la hospitalidad viene de antes, es una condición ética. Y es la ética la que tiene que darle orden al derecho. Es eso justamente lo que nos está faltando. Es esa ética la que debería reflejarse en la sociedad, en la educación y en la formación de la ciudadanía”, explica en el espacio Conversaciones de la asociación Diálogo Ciudadano Colombo Venezolano que conducen Txomin Las Heras y Alejandro Martínez Ubieda.
“La hospitalidad es aquella condición muy importante que tenemos que tener las sociedades para la buena acogida y el recibimiento a los extranjeros o los visitantes, aunque también hay un aspecto más moral y más profundo que dice cómo recibimos, cómo recogemos a los más desvalidos. Ahora, ¿eso que estoy explicando se lo tenemos que dejar solo a la ley o tiene que haber algo previo? Desde mi humilde opinión lo que está fallando es lo previo. ¿Y en qué lo vemos, para aterrizarlo en lago muy real? Lo vemos en que a la misma vez el gobierno de Iván Duque está llevando a cabo una política muy reconocida en el mundo porque le estaría dando legalidad a millones de venezolanos que están llegando a Colombia, tenemos a la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, del Partido Verde, diciendo que el problema de la delincuencia en Bogotá se vincula a los migrantes, a la vez que estamos viendo afiches colgados en calles hablando de los migrantes venezolanos y, en la pasada campaña presidencial, llegué a escuchar al candidato Germán Vargas Lleras, de Cambio Radical, entregando unas viviendas y diciéndole a la gente que cuidadito que esto no es para los venecos”, rememora Pastor.
El periodista uruguayo afirma que a la vez que hay leyes que están dándole acogida a los migrantes, tenemos una sociedad y un sistema político que alimenta la xenofobia, que alimenta la separación del otro. “A mí me parece que es la ética la que tiene que darle órdenes a la ley, que es el don que debe transferirse al contrato legal y no al revés. No hay que dejar esto solo en manos de la política, no porque será malo, sino porque en una democracia es la sociedad la que le debe dar órdenes a la política. Ahí lo que importa es cómo nosotros alimentamos, por ejemplo, la identidad, cómo alimentamos lo que es un país, lo que es un territorio, lo que es la cultura. Esto es mucho más desafiante cuando se está dando una migración hacia países que generalmente eran expulsores, como Colombia. Allí hay mucha desigualdad y no han sido eficientes históricamente en las políticas públicas y, en el fondo, lo que termina pasando es que hay una competencia entre pobres migrantes y pobres de los propios territorios. Esto no ocurre en los países europeos donde hay un estado de bienestar consolidado”.
Pastor explica que, en términos generales, el migrante tiene que aceptar unas reglas de juego nuevas, pero eso también está vinculado a las condiciones que tenga ese migrante. “Es decir, a un inmigrante pobre que no tenga educación no vamos a exigirle lo mismo que a otro migrante que está en otras condiciones. Y quiero poner como ejemplo que cuando estaba en Bogotá se les reclamaba a los migrantes venezolanos que llegaran con el pasaporte al día y en Venezuela no había ni papel ni pasaportes. Eso demuestra cómo el problema de la ley en condiciones excepcionales se transforma en un problema. El migrante cuando llega a un país tiene que adaptarse y darse cuenta que es una calle de doble vía y quienes lo reciben hacer un esfuerzo para acogerlo porque es un hermano, no porque sea venezolano, sino porque vivimos en la misma tierra y porque pertenece a la misma condición de humanidad”.
“Las primera preguntas de los burócratas de la migración no debe ser de dónde vienes, a dónde vas ni dónde te vas a quedar. Si yo los invito a ustedes a mi casa no les voy a pedir el documento de identidad. Te abro la puerta, te recibo, no te hago preguntas inquisidoras pensando que me vas a robar las pertenencias de mi hogar. Hoy ir a la oficina de inmigración de cualquier aeropuerto es una situación de tensión para cualquier extranjero y mucho más si viene de un país pobre. Cuando llego a Washington y ven que vengo de América Latina y que no tengo un acento del lugar es un problema. Me miran con desconfianza y me siento muy tensionado aunque tenga todos los papeles en regla”, señala.
Pastor explica que la esencia de la xenofobia tiene que ver con algo que ha trabajado el filósofo anglo-senegalés Kwame Anthony Appiah, quien habla de las mentiras que nos unen. “¿Cuáles son? Las creencias, el país, el color, la clase y la cultura. Yo te preguntaría, ¿por qué un colombiano no es también la Gran Colombia? ¿Por qué un colombiano se define por los límites que plantearon los líderes criollos durante la Revolución Hispanoamericana? Es un asunto muy profundo. ¿Por qué cuando hablamos de la arepa, por hablar de la cultura gastronómica, nos debatimos entre si es venezolana o colombiana? Estas cosas tienen un fomento de la identidad a través de la diferencia. Me hago fuerte a partir de que me hago diferente de un venezolano o de un argentino y no a partir de integrar esas diferencias”.