Gaza, por Simón Boccanegra
Hay una pregunta que inevitablemente viene a la mente cuando se reflexiona un poco sobre la inmensa tragedia palestinoisraelí. ¿De no haber estado planteadas elecciones en Israel para el 10 de febrero próximo, habría lanzado el gobierno de ese país la devastadora ofensiva que está actualmente en curso? La cuestión no es ociosa. El partido de gobierno en Israel, Kadima, y su aliado, el Laborismo, contemplaban la perspectiva de una derrota a manos del Likud. Después que comenzó a hablar la metralla, las encuestas están registrando un dramático viraje a favor de la coalición gobernante. Olmert y Tzipi Livni, de Kadima, junto con Ehud Barak del Laborismo, están demostrando que pueden ser tanto o más «halcones» que el «duro de los duros», Benjamín Netanyahu, del Likud. En la tierra bíblica no hay espacio para moderados. La apuesta, en ambos bandos, es por ver quién puede ser más extremista. Los «duros» se retroalimentan mutuamente. En cada extremo se juega al juego suma-cero. Mientras peor mejor. Hamas provoca incesantemente, con sus cohetes en la práctica casi inofensivos y ante la amenaza de perder el gobierno por su «inacción», Olmert, Livni y Barak caen gustosamente en la provocación, para cerrar el paso a un Netanyahu cuya bandera electoral ha sido precisamente la de una ofensiva tan demoledora como la que sus rivales están lanzando ahora.
Hamas apuesta a la radicalización israelí para radicalizar a su vez a los palestinos en la esperanza de bloquear así, casi definitivamente, toda posibilidad de búsqueda negociada de una solución. Israel tomará Gaza sobre una montaña de cadáveres, y en el océano de sangre que separa a ambas comunidades se ahogarán los sectores más moderados de éstas si es que todavía quedan.