Generaciones afortunadas, por Rubén Machaen
Todas las mañanas esperábamos la llegada de Teodoro para la grabación del editorialdel día, que subíamos al infinito ciberespacio
@remachaen
«Usted sí es afortunado, muchacho. Mire que trabajar con Teodoro Petkoff no es cualquier cosa», me dijo mi abuela cuando le conté que iniciaba mis pasantías periodísticas en TalCual, a mediados de 2005.
Aquella no era la primera vez que oía en mi casa el nombre de Teodoro.
Ambos (Teodoro y mi abuela) fueron compañeros de aula y lucha en tiempos de dictadura. Después, ella abogada y el político, hasta que volvió la dictadura, y otra vez la democracia, y para entonces, cada uno a sus hijos y su familia.
Fue a raíz de la expulsión de Teodoro de la dirección de El Mundo cuando su nombre volvió a sonar en mi casa. Mi abuela decía que aquello podía ser el principio de algo muy feo y mis papás sólo asentían.
Un día regresando del colegio (para qué la ambigüedad: el lunes 3 de abril del año 2000) en el semáforo que conecta El Marqués con la Cota Mil, un pregonero mostraba la primera plana del primer número del nuevo diario que marcaría un antes y un después en la prensa venezolana. HOLA HUGO, fue el primer titular, retador y contestatario, que quedó grabado para siempre en la historia de la Venezuela contemporánea.
«Aquí estamos, otra vez, Creyeron que nos iban a callar. Bueno, no pudieron. En tres meses montamos TalCual», leyó mi abuela en voz alta mientras esperaba que el semáforo se pusiera en verde.
Cinco años después, recién graduado de bachiller y en primer semestre de la carrera, entré, cargado de miedo, irreverencia y entusiasmo, a las filas del diario más contestatario e incómodo que haya conocido el gobierno venezolano.
Todas las mañanas esperábamos la llegada de Teodoro para la grabación del editorial del día, que subíamos al infinito ciberespacio siempre con esa sensación extraña de justicia y travesura, para después ir a patear calles y reportear las realidades cada vez más precarias del cotidiano nacional
En Venezuela todos esos años hubo elecciones y allí, en la redacción, de la mano de grandes periodistas y mejores personas como Javier Conde, Omar Pineda, Omar Luis Colmenares, Héctor Becerra y perdónenme si alguien se me escapa… generaciones enteras de entusiastas y nuevos periodistas vivimos marchas frente a ministerios, elecciones, represiones, amenazas y felicitaciones, mientras ahondábamos en la práctica de los géneros periodísticos, tan bonitos en papel y tan fastuosos en la práctica. Lo mejor, era que al final de cada jornada, llegaba Teodoro, el Teodoro didáctico, siempre en apariencia eufórica y hasta malhumorada, a decirnos buen trabajo y a mostrarnos la radiografía de lo que acababa o iba a pasar.
Así, entre embates y migraciones forzosas, la dinámica se repitió, generación tras generación, hasta hoy, día triste para los Talcualeros, los que se quedaron y los que se fueron, al enterarnos de la muerte de ese señor de bigote blanco y mirada cansada y severa, artífice de varias generaciones de periodistas que aprendimos a hablar claro y raspao.
La muerte siempre es triste, más cuando se vivió y luchó tanto por la democracia, y no se pudo ver el final de la pesadilla venezolana.
Quedará de nosotros, los Talcualeros, generaciones afortunadas de periodistas y reporteros, alzar cabeza y pluma, no sólo en nombre de la libertad, sino de quien, en gran parte, nos enseñó a procurarla y defenderla.