Gestión cultural local: eventos vs. procesos, por Rafael A. Sanabria M.

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La gestión cultural en el ámbito local y municipal se ha convertido en un pilar fundamental para el desarrollo social y la cohesión comunitaria. Sin embargo, en la práctica, su dirección se enfrenta a una disyuntiva crítica, a menudo bifurcada en dos enfoques predominantes: el gestor de eventos y el gestor de procesos. Si bien ambos roles son vitales, su coexistencia y, en ocasiones, su confrontación, revelan las tensiones inherentes a la administración cultural pública. La prioridad de uno sobre el otro puede determinar no solo el éxito de proyectos puntuales, sino la salud a largo plazo del ecosistema cultural de una localidad.
El gestor de eventos se enfoca en la planificación, organización y ejecución de actividades culturales concretas: festivales, conciertos, exposiciones, obras de teatro. Su éxito se mide en la asistencia, la visibilidad mediática y el impacto inmediato de las celebraciones. Este enfoque, orientado al producto, satisface la demanda de entretenimiento y dinamiza la vida social de forma perceptible. Su labor es vital para generar un sentido de identidad y orgullo local.
No obstante, una dependencia excesiva de este modelo puede llevar a una cultura de la «espectacularización», donde los recursos se destinan a eventos de alto perfil, descuidando la infraestructura cultural, la formación artística y la creación de redes comunitarias sostenibles. La cultura se convierte en un bien de consumo, y no en un proceso de construcción social. Esto puede resultar en una oferta cultural superficial y desarticulada, que no aborda las necesidades de largo plazo de los creadores y los ciudadanos.
Por otro lado, el gestor de procesos asume una perspectiva más estratégica y sistémica. Su rol se centra en la articulación de políticas culturales, la facilitación de la participación ciudadana, la creación de redes entre instituciones y artistas, y la construcción de capacidades dentro de la comunidad. Su trabajo es menos visible que un evento masivo, pero su impacto es estructural y duradero. Se enfoca en el «cómo» y el «porqué» de la cultura, promoviendo la sostenibilidad, la inclusión y la diversidad.
Este rol es crucial para garantizar que la cultura sea un derecho, no solo una mercancía. Sin embargo, un enfoque puramente procesual, sin la visibilidad y el dinamismo de los eventos, corre el riesgo de volverse burocrático y distante de las realidades cotidianas de la gente. La ausencia de hitos celebratorios puede hacer que los logros pasen desapercibidos y que la dirección de cultura pierda legitimidad ante la ciudadanía y las autoridades políticas.
La verdadera eficacia de la gestión cultural local radica en la sinergia entre estos dos roles. La tensión entre el evento (la manifestación visible y puntual) y el proceso (la estructura invisible y continua) no debe ser una barrera, sino una dialéctica constructiva. Una dirección de cultura ideal combina la capacidad de generar eventos impactantes con la visión estratégica de construir un ecosistema cultural robusto. El desafío es integrar ambos enfoques: usar la energía de los eventos para catalizar procesos de largo plazo, y a su vez, que los procesos de base den forma a la agenda de los eventos.
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La cultura no es un show, pero necesita del espectáculo para visibilizar sus logros. La cultura no es una burocracia, pero necesita de una estructura sólida para perdurar.
En conclusión, la dirección de cultura en las localidades y municipios no puede permitirse el lujo de elegir entre el gestor de eventos y el gestor de procesos. La realidad exige una figura híbrida o, al menos, una colaboración estratégica entre ambas visiones. El gestor que solo se enfoca en eventos genera flashes de luz que pronto se apagan, mientras que el que solo se enfoca en procesos puede dejar en la oscuridad el potencial transformador de la cultura. La gestión cultural municipal del siglo XXI debe ser un ejercicio de equilibrio, donde la celebración y la estrategia se nutran mutuamente, transformando la cultura de un simple acto de consumo en un motor de desarrollo humano y social sostenible.
Rafael Antonio Sanabria Martínez es profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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