Gobierno sordo, pueblo arrecho; por Teodoro Petkoff
La olla social está hirviendo. Por los cuatro puntos cardinales del país el pueblo da muestras de estar muy bravo. Razones de todo tipo movilizan a la gente. Se puede hablar de malestar social; de un ambiente de intranquilidad que sacude a distintos sectores, desde trabajadores de la economía formal hasta los de la informal, pasando por amas de casa, vecinos en barrios donde los servicios públicos colapsan, familias sin vivienda y, en lugar muy prominente, el reclamo por la inseguridad ciudadana. Se diría que una neurosis colectiva embarga a gruesos sectores de la población, causada por el agobio que el diario vivir provoca en aquellas franjas de la población más desfavorecidas. Cuesta vivir, duele vivir.
Las quejas tienen un destinatario casi único: el gobierno. Es el gobierno el responsable de garantizar la seguridad de la gente; es el gobierno (nacional, regional o local) el responsable de los servicios públicos; es el gobierno el responsable de la construcción de viviendas de interés social; es el gobierno el responsable de asegurar que el ingreso familiar alcance para los tres golpes.
La gente siente que en esas áreas de exclusiva responsabilidad oficialista, en las cuales lo que ocurre afecta a millones de personas, es donde es peor la gestión administrativa. Curiosamente, la tensión social no tiene como protagonistas a «los que tienen» y a «los que no tienen». Los desamparados, los humildes, los pobres, dirigen el chorro de su cólera precisamente contra un gobierno que se jacta de que «con Chávez manda el pueblo», como reza uno de sus slogans propagandísticos. El reclamo popular se dirige precisamente contra un gobierno que gasta miles de millones de bolívares en mantener, a punta de publicidad, la ficción de que su preocupación central es la vida de los pobres.
El telón de fondo de la tensión que desata la movilización es el costo de la vida. No hay nada que desencadene con más fuerza la calentera popular que el saber que el dinero alcanza cada vez para menos. Todos los demás problemas son potenciados por la angustia económica. La vida sería, sin duda, más tolerable, y los ánimos serían más serenos de no pesar sobre ellos la incertidumbre provocada por la sensación de que el dinero se escurre entre los dedos cada vez más velozmente. El Banco Central anunció ayer que la inflación monta a 15,1% en el país. Esto apunta a una inflación en alrededores de 30% para finales de año y de 40% en alimentos que es en lo que gastan los pobres la mayor parte de su ingreso. Pero la gente no necesita del índice del Banco Central. Su propio bolsillo es más sensible que las frías estadísticas. Por eso coge la calle.