Golpe bajo, por Teodoro Petkoff
Nadie puede tener dudas de que el juicio contra los comisarios y los agentes de la PM es político, lo cual quiere decir que en este tipo de procesos judiciales la verdad no tiene nada que ver con el desenlace. De hecho, como decía Churchill de la guerra, en los juicios políticos la verdad es también la primera víctima. En los juicios políticos no hay verdad verdadera ni verdad procesal ni un rábano. En los juicios políticos la verdad es la que establece quien tiene el poder. En nuestro caso venezolano, la verdad es la que el Déspota quiere que sea. El Déspota, según su humor retaliativo, señala quién debe ir preso y sus esbirros, rábulas y tinterillos se encargan de inventar los delitos de los cuales lo acusarán y de tener lista la sentencia condenatoria con la anticipación del caso. El proceso judicial mismo es una farsa.
Pero, hasta los nazis, antes de que Hitler consolidara su poder, tenían que atenerse a las formalidades procesales y fue así como en el famosísimo juicio por el incendio del Reichstag, que más político no podía ser, Jorge Dimitrov, el gran líder comunista búlgaro, pudo derrotar a sus jueces y salir absuelto. Fue el último que logró vencer la «justicia» hitleriana. De allí en adelante lo que vino fue la justicia del horror.
En lo que atañe a lo político, en Venezuela el gobierno va por el camino de transformar a los tribunales en brazo del terrorismo judicial de Estado. Las bárbaras sentencias de Maracay constituyen una emblemática muestra de la intención del Déspota -quien, por cierto, ya se apresuró a convalidar esa salvajada– de cubrir la represión con artimañas judiciales.
En el juicio de Maracay ya ni siquiera se tuvo el pudor de tratar de probar las acusaciones. Se condenó al margen de toda prueba, apoyándose en un cínico discurso político de la jueza, cuyo nombre, a pesar de ser una simple mandadera, ha quedado inscrito con letras rojo-rojitas en la Historia Universal de la Infamia. En el trabajo de ayer de nuestra compañera Patricia Clarembaux, se demuestra, con base en las propias experticias forenses y planimétricas oficiales, que ninguno de los acusados de dos de las muertes tuvo la más mínima posibilidad física de perpetrar los delitos por los cuales les clavaron treinta años. En trabajos sucesivos continuaremos desmontando este inicuo tinglado judicial, construido en la Semana de la Vergüenza.
El régimen saboteó de todas las formas posibles la designación de una Comisión de la Verdad, propuesta, entre otros por nosotros, en los días siguientes al 11A, para evitar precisamente la politización indecente de los trágicos acontecimientos e impedir el aprovechamiento politiquero de una dolorosa circunstancia nacional, en la cual la muerte no distinguió entre colores políticos y el luto embargó por igual a familias de lado y lado.
No fue posible porque el Déspota no quería justicia sino venganza.