Guayabo vinotinto
Venezuela cayó 4-2 ante la selección de Euskadi y aunque había caras nuevas en el banquillo y en el césped, la falta de ganas y esmero me hicieron recordar el porqué juré no volver a ilusionarme más vestida de Vinotinto
Autor: Sarai Coscojuela
Hace algunos años, luego de un partido de eliminatoria para el Mundial de Fútbol de Brasil, me prometí que no iría a ver jugar de nuevo a la Vinotinto. El motivo era sencillo: un viaje de más de seis horas y una derrota amarga 0-2 ante Chile, la cual condicionaría el devenir de la selección rumbo a la Copa del Mundo. Un fracaso más. Otro de tantos. Sin embargo, lo peor de todo aquella vez no fue el resultado; ni que no se clasificara a la máxima cita del balompié; ni siquiera el calor, la humedad o las pésimas condiciones en las que estaba la carretera a Oriente. Lo deplorable era que los jugadores venezolanos parecían carentes de espíritu y motivación alguna por ganar y regalar alegría a los fanáticos. Eso sentí yo.
Mi promesa tuvo que ser rota este año apenas la Federación Vasca de Fútbol y la de Venezuela anunciaron un partido amistoso en Vitoria-Gasteiz. Era la excusa perfecta para sentirme más cerca de mi país, ese que extraño con locura desde hace un año cuando llegué a Madrid.
El resultado de este partido no fue muy distinto al de Puerto La Cruz por allá en 2012. Era como ver la misma película por ocio y masoquismo. La Vinotinto cayó 4-2 contra la selección de Euskadi y aunque había caras nuevas en el banquillo y en el césped, la falta de ganas y esmero me hicieron recordar el porqué juré no volver a ilusionarme más vestida de Vinotinto.
Pero aunque uno haga este tipo de juramentos, el estar lejos de tu país te hace olvidarlos un poco. Te hace querer verlos, saludarlos aunque probablemente no te vean y emocionarte porque hay otros más como tú. Al final son nuestros ídolos y los seres humanos en los cuales depositamos toda nuestra esperanza para vernos algún día en un mundial.
El estadio de Mendizorroza, donde se jugó el encuentro, albergó una mayoría de vascos que con cantos en euskera, bailes y brincos animaron todo el partido a su selección. No obstante, estábamos los venezolanos, aunque desplegados por distintos puntos del estadio, haciéndonos sentir con nuestros aplausos para motivar a los criollos. En todo momento aupamos: cuando salieron al campo a calentar, luego al entonar el himno nacional y, por supuesto, al celebrar los dos tantos que marcaron en los 90 minutos de partido.
Asimismo estuvimos para ver con mala cara, gritar y hacer algún gesto, al grupo de vascos que decidió desplegar una pancarta con los ojos de Chávez que luego de varios minutos decidieron guardar.
Al final quizás el resultado, para mi y algunos más, fue lo de menos en este partido. Por supuesto que sentimos la misma angustia y frustración, pero en este encuentro lo más importante fue el usar la camiseta, extender la bandera y sentir, aunque sea por 90 minutos, que estamos más cerca de nosotros mismos, de nuestra amada Venezuela.