Guayana en ruinas, por Teodoro Petkoff
Allá por los comienzos de 1999, el Presidente, en conversación con su paisano barinés, el finado Luis Alvaray –quien nos echó el cuento–, le comentaba que acababa de comunicar al ministro Giordani su decisión de privatizar la industria del aluminio. «Le vi los lagrimones rodándole de los ojos», terminó, con una risotada. Pero esto no quedó aquí. Chávez llevó adelante su plan, y a finales de marzo de 1999, en cadena de radio y televisión, como nos lo recuerda nuestro corresponsal en Guayana, Damián Prat, dio a conocer su plan de privatización de la industria del aluminio. «Privatizar el aluminio pero no en bloque sino separadamente, de modo que venderemos Venalum, mientras en Alcasa y Carbonorca buscaremos asociaciones estratégicas y conservaremos para el Estado el control de las minas de bauxita, pudiendo asociarnos en la otra fase de producción de Bauxilum». De ñapa, en esa misma oportunidad, el Presidente reiteró «el respaldo de mi gobierno al proceso de privatización de Sidor y apostamos por el éxito de esta empresa».
El gobierno quería, con esto, dar continuidad al proyecto de privatización del aluminio que había sido intentado por la administración anterior, la de Caldera, pero, al igual que en este caso, la tentativa privatizadora de Chávez tampoco pudo llevarse a feliz término. La idea, como tantas otras de Chávez, fue abandonada al cabo de un tiempo, sin mayores explicaciones. Pero, no sobra dejar registrado este periodo del gobierno de Hugo Chávez, cuando éste no le hacía ascos a la palabra «privatización» y no temía asociarse con disposiciones que, en su propia y posterior terminología, designa como «neoliberales». Sin embargo, neoliberales, un cuerno. Era puro sentido común.
Ya para entonces, las empresas del aluminio, con excepción de Venalum, regaladas eran caras.
Privatizarlas era salvarlas. Como ocurrió con Sidor, salvada de la ruina y, ahora, otra vez, nuevamente estatizada, va derechito al desastre.
Diez años después, el fracaso cubre también a Venalum, que, de empresa rentable, fue llevada, por la marabunta depredadora del chavismo, al déficit permanente en que viven todas las demás del complejo alumínico –ninguna de las cuales podría sobrevivir sin las transfusiones de dinero fresco que le hace continuamente el gobierno nacional. Todas producen pérdidas astronómicas, ninguna es sostenible por sí misma. Todas son focos escandalosos de corrupción. Unas más que otras, pero todas, van rumbo a la obsolescencia total, donde ya llegó Alcasa. Venezuela, séptimo productor mundial de aluminio, está, en este aspecto, al borde del colapso. Se han perdido diez años, durante los cuales no sólo los dineros del petróleo, sino los de los excelentes precios que alcanzó también el aluminio, habrían permitido hacer de sus empresas productoras unas verdaderas tacitas de plata. Pero no ha sido así. El corazón industrial de Venezuela, está cerca del infarto gracias a la imprevisión, la incuria y la dolorosa falta de sentido de país que caracteriza a Chacumbele.