Habemus canis, por Marcial Fonseca
Su primo lo había estado soliviantando para que se mudara a la capital; y en verdad que le estaba gustando la idea ya que las tonterías que hacía en Barquisimeto apenas le alcanzaban para café, costillas para una triste sopa y harina para las arepas. De tanto caminar la Avenida 20, todas las posibles víctimas lo saludaban por lo que, por cohibimiento, le era imposible asaltarlos luego.
–Viene Semana Santa –le dijo aquel–, vente unos días y verás el banquete que te darás con muchas casas vacías.
El primo aceptó la oferta y se le apareció en Lídice. La primera semana fue hacer un recorrido en carro y en autobuses con él por las diferentes urbanizaciones de la ciudad; luego se dedicó a enseñarle el este de Caracas.
–Mira, yo que te digo, aquí hay muchas oportunidades.
–¿A ti cómo te ha ido? –quiso saber el recién llegado.
–Voy a serte sincero, es claro que cuando ando por estos lados, yo levanto muchas suspicacias. Fíjate, hace dos semanas simulé que mi carro estaba accidentado y un vecino hijo de puta llamó a la policía; no me hicieron nada; pero tuve que pasar por pendejo en mecánica automotriz.
–No entiendo, ¿por qué?
–Mira, yo no soy de tez blanca como tú, por lo que tú nunca serás sospechoso de nada; si acaso de que estás extraviado. Así que mi plan es que andarás y desandarás las urbanizaciones buenas y analizarás qué casas robar, me dejas el resto a mí; claro, entramos los dos para cargar más cosas.
La segunda semana fue muy fructífera; seleccionó cuatro casas que, según él, eran buenos prospectos. De este conjunto de viviendas, todas tenían perros, tres de ellos eran poodles y en una había uno muy fino, claramente un pastor alemán, muy impresionante; pero era la casa que lucía mejor. Tomaron la decisión, esa sería el objetivo; el can no los amilanaba, este sería dominado con buen trato y contacto previo.
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El primo le aconsejó que caminara una vez por semana por la zona para no levantar sospecha y que se familiarizara con el animal. Por suerte, el dueño lo sacaba a caminar casi todos los días; y antes de regresar al hogar, se sentaba en un parque a lanzarle palos. El ladrón se le acercó.
–¡Qué bello! –exclamó este.
–Tenga cuidado, puede morderlo –le advirtió el dueño.
–Si son tratados bien, ellos son muy nobles…
Y le pasó varias veces la mano por el lomo y disimuladamente la pasaba por el hocico para que su olor corporal fuera registrado por el sistema olfativo del perro.
Lo anterior lo hizo en tres oportunidades, al mes siguiente ya consideraba que el can era su amigo. Programaron la entrada a la quinta para el fin de semana siguiente.
–¿Listo? –preguntó el uno llegado el día.
–Por supuesto –contestó el otro–, ya la mochila esta vacía esperando las joyas y los celulares.
–Bueno; toma, póntelos –y le pasó unos guantes.
–¿Crees que sean necesarios?
–Mira, esta es una zona de clase media alta, acá la PTJ sí le para a los robos, así que harán una investigación exhaustiva.
–Está bien, tú eres el que sabe.
Llegaron, como acordado, a la 11 pm, brincaron por el garaje y tan pronto tocaron suelo, el perro desplegó las orejas y se dirigió hacia el origen del ruido. El primo, tal como lo había hecho cuando interactuó con él, extendió un brazo y acercó la mano hacia las narices del animal; este atacó ferozmente entrenado para ello si era un desconocido como ahora ya que la mano enguantada no le transmitía ningún olor familiar.
Marcial Fonseca es ingeniero y escritor
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