Hablemos del tiempo, por Gisela Ortega
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El estudio del tiempo —su estatus ontológico, sus propiedades, su relación con el espacio, su cognoscibilidad— es sin duda uno de los núcleos centrales de todo pensamiento filosófico e incluso, se puede afirmar que toda la ontología clásica ha sido, en su propia esencia, una filosofía del tiempo. Asimismo, en la medida en que la reflexión sobre el tiempo también es uno de los elementos fundamentales de la ciencia, la concepción que se tenga de él aparece como uno de los nexos básicos de unión entre el pensamiento filosófico y científico.
Con la revolución científica, especialmente a partir de Galileo, —1564-1642—, físico, matemático y astrónomo, el concepto del tiempo cambia drásticamente. Aparece la noción de un tiempo abstracto, o una variable física que vale para todo movimiento y no solo para el uniforme, como lo había considerado Aristóteles
El tiempo, en su acepción propia, solo se realiza en el alma o en el espíritu. Por ello, el filósofo, Aristóteles, —384-322— a de J.C, afirma que si no hubiera ningún ser humano no habría tiempo.
Para Aristóteles el tiempo no es un movimiento, pero no existiría sin él, ya que solamente existe cuando el movimiento comporta un número.
Aristóteles estudia la noción de instante respecto del tiempo, es decir, el tiempo no se compone de instantes, de la misma manera que una línea no se compone de puntos, pero ambos conceptos expresan una noción de límite en el cual se anulan las características propias del tiempo y del espacio —un instante no dura, como un punto no tiene extensión—.
Ambos, instante y punto, son, a la vez, unión y separación. Por otra parte, al igual que la estructura del espacio, la estructura del tiempo, es considerada continua por Aristóteles. De la misma manera, lo concibe como infinito en potencia. También plantea los problemas de las relaciones entre el pasado —que ya no es—, el futuro –que todavía no es— y el presente, en la medida en que continuamente está fluyendo y no puede detenerse en un instante que posea duración.
Tiempo, espacio y materia serán los tres grandes conceptos de la física moderna clásica, es decir, del mecanismo. Así, desvinculado de su relación con el alma, el análisis del tiempo se enfocó desde la perspectiva física. No obstante, se podía entender de dos maneras distintas: como una realidad absoluta o como una relación.
Estas dos maneras de enfocar el tiempo enfrentaron a Isaac Newton, 1642-1727 —que defendía un tiempo absoluto y lo consideraba como sensorium Dei y como una especia de continente vacío—, y a Gottfried Leibniz –1646-1716–, quien lo consideraba como una relación: el orden universal de los cambios, el orden de sucesiones.
En la mecánica clásica, el tiempo se concibe como una magnitud absoluta, es un escalar cuya medida es idéntica para todos los observadores. Esta concepción del tiempo recibe el nombre de tiempo absoluto. Esa idea está de acuerdo con el pensamiento filosófico de Immanuel Kant, –1724-1804–, que establece el espacio y el tiempo como necesarios para cualquier experiencia humana. Kant concluyó que el espacio y el tiempo eran conceptos subjetivos. Fijado un evento, cada observador clasificará el resto de eventos según su división tripartita clasificándolos en: (1) eventos pasados, (2) eventos futuros y (3) eventos ni pasados, ni futuros.
Las formas e instrumentos para medir el tiempo son de uso muy antiguo y todas ellas se basan en la medición del movimiento, del cambio material de un objeto a través del tiempo, que es lo que puede medirse.
La observación del cielo hizo que, de manera paulatina, se fueran creando diversos instrumentos tales como: los relojes de sol, las clepsidras, relojes de agua, los de arena y los cronómetros. Posteriormente, la determinación de la medida del tiempo se fue perfeccionando hasta llegar al reloj atómico. Todos los relojes modernos, hasta la invención del reloj electrónico, han sido construidos con el mismo principio del “tic-tic-tic”.
La semana es un periodo de tiempo de siete días consecutivos.
La expresión abrir y cerrar los ojos sugiere un tiempo brevísimo. Minuto y segundo son cortos lapsos de tiempo cronometrados y determinados por la unidad de medida.
En gramática, están los tiempos del verbo: presente, pasado y futuro.
El tiempo es algo que se puede perder, que se puede gastar en vano y que constituye un algo que es preciso aprovechar.
El ser humano puede llenar la vida de tiempo o puede llenar el tiempo de vida. Un cierto tiempo se ha concedido y la edad del hombre consiste en estar en un cierto trozo de es escaso tiempo. Hay más tiempo que vida.
El ahorro del tiempo simplifica las cosas, porque el tiempo pasa, el tiempo vuela y, mientras se gana tiempo, se desperdicia el tiempo. Cometer errores es perder el tiempo y alertar sobre posibles errores no pocas veces parece ser tiempo perdido.
Hay quienes piensan que el tiempo lo cura todo, que hay que darle tiempo al tiempo, que el tiempo le pasa factura a uno de lo que ha hecho y que al mal tiempo buena cara Y el tiempo le da la razón a la gente que ha sido cuestionada por el público. Otros, que cualquier tiempo pasado fue mejor y añoran aquellos tiempos. Por eso, hay que llegar a tiempo para aprovechar el tiempo y poder hablar de los buenos tiempos.
Habrá tiempo. Sobrará tiempo. El tiempo lo dirá. Entretanto, nos preocupa el buen o mal uso que se haga del tiempo; poder llegar a tiempo; el que nos demos cuenta que ya no tenemos tiempo; que se detenga el tiempo y que acabe de pasar el tiempo. Démosle tiempo al tiempo. Dicen que el tiempo es oro.
El Eclesiastés afirma: “Para todo hay un tiempo señalado, aún un tiempo para todo asunto bajo los cielos”.
Según, William Shakespeare: “El tiempo es muy lento para los que esperan, muy rápido para los que temen, muy largo para los que sufren, muy corto para los que gozan; pero para quienes aman, el tiempo es eternidad”
Y, en lo personal, no perdamos más el tiempo porque se me acabo el tiempo y no me da tiempo para escribir sobre el tiempo.
Gisela Ortega es Periodista.
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