Hacia la esclavitud, Bernardino Herrera León
El esclavo es una propiedad. Esta es la definición histórica de la esclavitud. Pero es un concepto muy limitado, entre otras cosas porque, además de pasado, la esclavitud es presente.
La esclavitud es una aberración que debe prohibirse establece tajantemente el Artículo 8 del Pacto Internacional por los Derechos Civiles y Políticos, aprobado en 1976: “1. Nadie estará sometido a esclavitud. La esclavitud y la trata de esclavos estarán prohibidas en todas sus formas”. También prohíbe la servidumbre y el trabajo forzoso, que al cabo significan lo mismo.
Pero no es cierto. La esclavitud continúa existiendo, por más que la abrumadora mayoría de países haya suscrito el compromiso de prohibirla, en este importante documento internacional.
Para erradicar la esclavitud, hay superar, primero, sus dogmáticas definiciones. Por esclavitud se suele pensar de un pasado histórico remoto. Espartaco, o algo así. Pero bien vale intentar otros enfoques de su grotesca realidad actual.
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El primer indicador de la esclavitud es la ausencia de libertad. Y cierto, la propiedad tiene que ver, porque para ser libre la persona tiene que ser propietaria de sí misma.
La esclavitud implica liberticidio al extremo. Cuando el Estado prohíbe o restringe la libertad o cuando cobra más impuesto del que necesita para funcionar, entonces estamos frente a un Estado potencialmente esclavista.
Una parte de la humanidad continúa sometida a la esclavitud bajo Estados totalitarios. Aunque ahora no se le llame así. Pero lo equivale. Ahora se le llama pobreza y pobreza extrema.
Porque el segundo indicador de la esclavitud es la remuneración. Al esclavo estándar se le satisfacen dos demandas esenciales: alimentación y vivienda, por precarias que éstas sean. Y la pobreza apenas da para satisfacer estas dos demandas. O peor, la pobreza extrema apenas permite la alimentación.
En consecuencia, llamemos “esclavitud teórica” a estos parámetros, la restricción de la libertad y pan-vivienda por remuneración.
Para el Banco Mundial (BM) la remuneración mínima que separa la pobreza, de la pobreza extrema es de 1,90 dólares al día. La Cepal lo reduce a un dólar diario, pero agrega el requisito de la cesta alimentaria. Pero, trabajar “sólo para comer” reduce la vida humana a su condición biológica primitiva.
Y los humanos somos tales, en tanto cultura y civilización. La historia de la humanidad ha evolucionado en dirección contraria a la esclavitud y la servidumbre del mismo modo en que evoluciona en sentido opuesto a la pobreza.
Y en efecto, la pobreza extrema ha disminuido de 95% a 12% en los dos últimos siglos. Un logro extraordinario. Pero falta mucho. Aún existen muchas formas de practicar la esclavitud que llaman “trata” por prostitución, pederastia, migraciones forzadas, servidumbres y hasta tráfico de órganos. La barbarie encuentra formas de sobrevivir disfrazadas en la Modernidad.
Casi la mitad de la población mundial es remunerada con menos de 5,5 dólares al día, según el BM (2018). Una gran porción de esos pobres viven en países totalitarios. China, por ejemplo, tiene 400 millones de chinos en pobreza extrema. Mientras que la media mundial de pobreza extrema es 11,2%. En Asia y África superan el 16%. En cambio, la pobreza extrema en los países democráticos es menor del 7% del total de sus ciudadanos. La propaganda socialista suele olvidar ese detalle.
La pobreza extrema es condición perfecta para imponer la esclavitud, pero también la pobreza en general lo es. Los regímenes totalitarios han “inventado” odiosas formas de aprovecharse de su población cautiva para someterla a condiciones de esclavitud. Pero antes debe empobrecerlas.
El caso de los médicos cubanos es una muy grosera forma de practicar la esclavitud, disfrazada de política social. Los hermanos Castro los envían a otros países de ideología afín en forma de “servicio social”, cobrando en divisas. En Bolivia, uno de cada tres dólares son para el médico y dos para régimen.
En Venezuela es peor. Reciben ínfimos pagos en bolívares y en especie, a cambio de una modesta retribución en divisas para sus familias retenidos en Cuba. Como con los médicos cubanos pasa con los entrenadores deportivos y otros “servicios” al aparato represivo y de espionaje. Eso es esclavitud.
Pero el caso venezolano es de otra increíble dimensión. La remuneración en Venezuela ni siquiera existe. Si el límite de la pobreza extrema es de 1,9 dólares diarios, en nuestro desdichado país no supera los diez céntimos de dólar por día. Mientras, que el costo de un pasaporte es de 200 dólares, si se tiene suerte, para poder salir del país.
Un profesor universitario, por cuya labor el Estado y la sociedad deberían bien remunerarla y protegerla, tendría que devengar, al menos, el mínimo promedio mundial de 5,5 dólares/día del BM, para un sueldo de 48 millones de bolívares/mes. Si se quiere que sobrevivan. Pero no. Los profesores de mayor escalafón devengan la irrisoria de cinco millones/mes, equivalente a 0,60 dólares diarios. No caben más comentarios.
Los profesionales en Venezuela tienen reducidas opciones para ejercer. El conocimiento es un bien de valor despreciado por los regímenes totalitarios socialistas o similares, excepto cuando sirven de mercancía esclava, como lo ha logrado el régimen castrista, tras 61 años en el poder.
Los venezolanos aún se resisten a la esclavitud plena, del tipo médicos cubanos. Pero es cuestión de tiempo. Pues la extrema pobreza prolongada incentiva la esclavitud voluntaria.
De momento, más del 90% de los venezolanos nos las arreglamos con lo poco que nos envían nuestros hijos y familiares, sometidos a la servidumbre como extranjeros en otros países. Seis millones de emigrados ayudan a sostener a 15 millones que a duras penas viven en el país.
El resto de los venezolanos, unos ocho millones, no cuentan con remesas. Acosados por el hambre y dependientes del subsidio oficial, estarían dispuestos a trabajar sólo por comida. Qué no hace una madre o un padre por sus padres y por sus hijos.
La esclavitud será la siguiente meta del régimen chavista para coronar con éxito su miserable proyecto político.
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