¿Hacia una guerra total?, por Fernando Mires
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La Guerra en Ucrania pareciera no tener fin. Las guerras que no se pueden terminar lo son cuando no es posible encontrar los términos que llevan a una negociación. Como es una guerra de invasión, para el gobierno de Ucrania la guerra solo puede terminar cuando termine la invasión. Invasión y guerra son lo mismo, ha repetido incontables veces Zelenski. Pero, después de casi tres años de guerra, Putin no parece interesado en poner fin a la invasión, hecho que ha llevado a suponer a algunos Real-Politiker que, para terminar la guerra, sería necesario ceder territorios al agresor, vale decir, los apropiados antes del 2022 más otros adquiridos en el curso de la invasión. Sin embargo, para que esa tesis sea plausible, habría que partir de la premisa de que la guerra que lleva a cabo Rusia en Ucrania es solo una guerra de invasión. ¿Lo es?
Más que una invasión
Puede ser, en efecto, que en un comienzo la guerra hubiera sido solo de invasión, pero todos los indicios apuntan a señalar que, la que dirige Putin hoy, no solo es una guerra de invasión sino una pieza clave en un macroproyecto cuyo objetivo final es poner término a la hegemonía económica, militar y política que ejerce Occidente a escala global.
La de Ucrania es una guerra al Occidente, ha repetido sin cesar el mismo Putin. Por lo tanto, solo puede terminar con la derrota del Occidente, es su divisa. Evidentemente, si ese es su objetivo, nadie puede negociar.
Para la historiadora polaca Anne Applebaum, en su discurso pronunciado en Frankfort al recibir el premio concedido por La Feria Internacional del Libro (21.10.2024), la derrota de Occidente ha sido el objetivo de Putin desde 2014, cuando se produjo la invasión a Crimea, con ejércitos rusos en uniforme ucraniano, a fin de simular una guerra separatista, hecho que hizo recordar a la invasión soviética a Polonia, ordenada por Stalin setenta años atrás. Según Applebaum, hacia el 2014 ya había sido producido un giro en la estructura de poder de Rusia, la que había pasado de ser autoritaria, para adquirir formas totalitarias.
Para Anne Applebaum hoy –como para Hannah Arendt ayer– hay una relación directa entre poder totalitario (o estado de guerra interna) con las guerras internacionales. Esa relación deriva del hecho de que los totalitarismos despliegan fines totales no solo hacia adentro sino también hacia fuera de sus países. Los dos regímenes totalitarios del siglo XX, el nazi y el comunista, no hay que olvidarlo, fueron concebidos como proyectos de dominación mundial. Para Putin, el suyo también lo es.
La totalización del poder interno, según la lógica de las dictaduras totalitarias, es una condición para convertirse en un poder mundial. Al revés también. En las palabras de Michael Ignatieff: «Al negarse a reconocer el legado de Stalin, al no enfrentarse a sus crímenes en Ucrania, en las otras ‘naciones cautivas y en la propia Rusia (Putin) ha cerrado cualquier camino hacia un futuro democrático. Su pueblo se ha expuesto a la tiranía perpetua de un hombre que lo único que puede hacer es arrojar a sus hijos a la ‘picadora de carne’ que es la guerra, con el objetivo de conseguir un imperio. Esta es la patología letal contra la que Ucrania lucha en nuestro nombre».
El concepto de guerra total
La destacada geo-estratega norteamericana, Mara Karlin, en concordancia con Applebaum, sugiere en su artículo “El regreso de la guerra total” (publicado el 22/Oct/2024 en Foreign Affairs) que el proyecto Putin comienza en Ucrania pero va mucho más allá de Ucrania. La que tiene lugar en Ucrania, según su percepción, no es una guerra regional. Por el contrario, es una guerra de dimensiones globales conectadas con diversos enfrentamientos militares que tienen lugar en diferentes sitios. Por el momento es una guerra global a punto de convertirse en guerra total, no en mundial. Al llegar aquí, y para una mejor comprensión del problema, será necesario anotar algunas diferencias.
Bajo el concepto de guerra mundial entendemos una guerra entre uno o varios estados los que involucran, directa o directamente, a gran parte del planeta. Bajo el concepto de guerra global, en cambio, nos referimos a guerras que tienen lugar en diferentes latitudes, entre estados u organizaciones que se encuentran vinculadas entre sí de acuerdo a las diferentes alianzas contraídas entre ellas.
Para poner un ejemplo: en este momento asistimos a dos guerras aparentemente distintas, la guerra de invasión en Ucrania y la que se desarrolla entre Israel en contra de Irán y sus sucursales armadas en el Oriente Medio. Una guerra aparentemente regional, como han sido casi todas las habidas en la región islámica. Pero si consideramos que el principal involucrado es Irán, y al mismo tiempo Irán, junto con Corea del Norte, son los dos principales aliados militares de la Rusia de Putin, a la vez que Israel es un aliado de EE UU y otras naciones occidentales, esas guerras, aunque sus actores no se den cuentan, adquieren connotaciones globales.
Para dibujar la idea: una guerra global puede ser imaginada como un mantel salpicado por diferentes gotas de sangre, aunque el mantel no esté totalmente ensangrentado. Ahora bien, así como hay una en Ucrania, hay también distintas guerras coordinadas entre sí (es decir, globalizadas) sobre la superficie del mismo mantel; o si se quiere, del mismo globo terrestre, donde pueden aparecer otras manchas, entre ellas, la más grande e intensa: una guerra entre EE UU y China en el Indo-Pacífico donde ambas naciones han tejido alianzas geopolíticas para disuadirse –en el caso Taiwan– entre ellas, pero también donde cualquier paso en falso de una u otra potencia, o de sus aliados, puede llevar a un conflicto de altísima intensidad. Ante esa eventualidad, estaríamos en las puertas de una guerra total: un mundo en llamas. Pues bien, esto es lo que Putin planifica, según la opinión de Applebaum. Esta es también, la perspectiva que nos entrega Karlin; y esta es también la posibilidad que hay que tratar de evitar.
Tampoco está descartada por cierto la posibilidad de que una guerra total pueda detonar en lares lejanos a las zonas centrales de los conflictos. Recordemos que en 1914, un conflicto mínimo y mal manejado entre Serbia y Austria, convirtió a los campos de toda Europa en cementerios. También, el 1962, por cosa de segundos, la tercera guerra mundial estuvo a punto de estallar en donde menos se esperaba: en la Cuba de Fidel Castro, episodio conocido como la crisis de los misiles. ¿Quién nos asegura que los regímenes putinistas de América Latina, entre ellos las dictaduras de Cuba, Nicaragua y Venezuela, no podrían provocar un estallido mundial si es que Putin continúa apoyándolas militarmente como ya lo está haciendo? La guerra total puede ser como una liebre. Nadie sabe cuándo y dónde aparece.
El proyecto de Putin, siguiendo a Mara Karlin, pasa por la conversión de una guerra global en guerra total la que de hecho ya podría estar comenzando en el Oriente Medio.
Putin, además, sabe muy bien que la guerra que él planifica no va dirigida en contra del Occidente geográfico sino en contra del Occidente político, vale decir, en contra de las democracias de la tierra, sean las europeas, las latinoamericanas, o las del Indo-Pacífico. Putin, no por último, ha presupuestado que el desmoronamiento de Occidente pasa por la demolición de las instituciones democráticas de las naciones que él llama occidentales. De ahí su abierta intervención en los asuntos políticos internos de cada nación democrática europea.
En España Putin mantiene vínculos con la extrema derecha y con la extrema izquierda, y probablemente con separatistas de Cataluña y del País Vasco. En Italia con Salvini y su Liga Norte. En Francia con el lepenismo y el melencholismo. En Alemania, con el protofascista AfD, con la izquierda, y sobre todo con el partido populista de Sarah Wagenknecht, y por cierto, con el falso pacifismo cuya principal divisa es detener el envío de armas a Ucrania para que Putin la someta como y cuando quiera. Ni hablar de los EE UU, donde Trump ni siquiera intenta ocultar sus simpatías por el dictador ruso. En América Latina, con tres macabras dictaduras, como son las Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Putin, los Brics y Kazan
El régimen de Putin es imperialista y por lo mismo intervencionista. Por si faltaran pruebas, dos acontecimientos recientes parecen reforzar la tesis del proyecto de guerra total al que aspira Putin. El primero fue la reunión de los BRICS, en Kazan, Rusia, (octubre 2024) donde junto a una que otra democracia (Brasil, Sudáfrica, tal vez India) se juntaron los representantes de todas las dictaduras de la tierra. El segundo fue el envío de tropas de Corea del Norte a Rusia para combatir a Ucrania.
El objetivo de la reunión de los BRICS, en consonancia con sus aliados, tenía como objetivo, según Putin, sentar las bases económicas para un nuevo orden mundial, cuyas características no pueden ser solo económicas –como piensa candorosamente Lula– sino también políticas y militares. Ahora, que este nuevo orden mundial, que de hecho ya existe, pueda tener lugar bajo la hegemonía de una Rusia imperial, es un hecho todavía no decidido.
Es cierto, mirado el tema desde el punto de vista político, los BRICS son una asociación erigida en contra del Occidente político, es decir, en contra de las democracias del planeta. Sin embargo, también es cierto que no pocas naciones dictatoriales están más dispuestas a dejarse conducir por la hegemonía china que por la rusa. Hoy parece claro que entre las dos potencias, Rusia y China, parece reinar una aparente unidad de objetivos. Pero esa puede ser solo una apariencia. Los objetivos geo-estratégicos de China y Rusia no son los mismos. A fin de decirlo de modo simple: Rusia puede prescindir de Occidente, China no.
A la vez, Occidente necesita de la economía china. Hay pues una alianza económica tácita aunque no explícita entre Occidente y China, una que no pasa por Moscú. Esa alianza económica supone, se quiera o no, de determinadas coordenadas políticas. Visto el problema desde ese lente, el gobierno chino podría llegar a estar interesado en una guerra global, pero en ningún caso, en una guerra total, como quiere Putin. Eso quiere decir, en pocas palabras, que en la alianza mundial de dictaduras hay un conflicto latente, aunque todavía no manifiesto, entre China y Rusia.
Por el momento escuchamos solo declaraciones de amor entre Xi y Putin, como en los tiempos de Mao y Stalin. Declaraciones que se transformaron en palabras de odio, cuando ya no existía Stalin y Mao designó a la URSS como un imperialismo aún más peligroso que el norteamericano. Tuvo razón en ese sentido Kissinger cuando poco antes de morir dijo: «entre China y Rusia nunca podrá haber una alianza política de larga duración». De esa contradicción potencial parece ser consciente el gobierno de Biden, quien ha intentado disuadir militarmente a China en el caso Taiwan, pero también mostrando su disposición a «congelar» el problema en aras del futuro, algo que podría cambiar en caso de que Putin lograra una victoria absoluta en Ucrania
Rusia está lejos de disponer de los recursos económicos y tecnológicos que maneja el gobierno chino. Desde esa perspectiva, en tiempos de paz estaría condenada a ser, al lado de China, un segundón dependiente de los dictámenes provenientes de Pekín. No es ese por cierto el sueño de Putin. Por eso Putin ha intuido que solo puede conservar su rol hegemónico en tiempos de guerra.
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Corea del Norte ¿escalón de una escalada?
Putin necesita de la guerra como un drogadicto a la droga. Esa es la razón por la cual sus aliados más estrechos no están en China sino en dos naciones radicalmente beligerantes: el Irán de los Ayatolas y la monarquía comunista de Corea del Norte. Y aquí llegamos precisamente al segundo acontecimiento recientemente ocurrido, uno que viene como un anillo al dedo para convertir a Rusia en el «Hegemon» de una guerra total. Nos referimos al envío de tropas norcoreanas a Rusia para combatir en la guerra de invasión a Ucrania.
Desde un punto de vista puramente militar no se justifica el envío de tropas coreanas a Rusia. Si en algo supera lejos Rusia a Ucrania es en la cantidad de «mano de obra militar» disponible. ¿Por qué recurrió a esa «ayuda»? Esa es la pregunta. La única respuesta posible es que lo hizo para demostrar públicamente su disposición a escalar en la guerra. En cierto modo un anzuelo tendido a Occidente para que responda enviando contingentes de soldados no ucranianos a Ucrania, es decir, para que la guerra adquiera un carácter multinacional (global) explícito.
No sabemos tampoco si algún gobierno occidental morderá el anzuelo. Lo que sí sabemos es que Putin quiere escalar, y ese sería un dato más que suficiente para no seguir su juego. También ignoramos si en ese plan está metida China, o no. Como sea, la respuesta, desde un punto de vista geo-estratégico, solo puede ser para Occidente enviar más armas a Ucrania al mismo tiempo que alertar a las diferentes ciudadanías europeas y norteamericana de los planes de Putin para extender, cuantitativa y cualitativamente, el radio de acción de la guerra.
Ya hemos dicho que la guerra parte de Ucrania pero para Putin va mucho más allá de Ucrania. Pues bien, esa es la razón por la cual Occidente debe impedir que esa guerra la gane Putin.
Ucrania, para Putin, es un punto de partida, y bloqueando ese punto de partida, no puede haber punto de llegada. Ya es hora de que los gobernantes democráticos lo digan en voz alta para que todos entiendan al fin cual es el sentido de esa guerra aparentemente absurda.
La ayuda militar no es una dádiva a Ucrania. Es una inversión que atañe a la seguridad interna y externa de Europa e, incluso, de Occidente.
Nunca podrá haber paz mundial si Putin emerge como triunfador en Ucrania. Anne Applebaum lo dijo muy claro en su discurso de Frankfort:
«Para evitar que los rusos extiendan aún más su sistema político autocrático, debemos ayudar a los ucranianos a lograr la victoria, y no solo por el bien de Ucrania. Si hay una pequeña posibilidad de que una derrota militar pueda ayudar a poner fin a este horrible culto a la violencia en Rusia, al igual que la derrota militar una vez puso fin al culto a la violencia en Alemania, deberíamos aprovecharla. El impacto se sentirá en nuestro continente y en todo el mundo, no solo en Ucrania, sino en los vecinos de Ucrania, en Georgia, en Moldavia, en Bielorrusia. Y no solo en Rusia, sino entre los aliados de Rusia: China, Irán, Venezuela, Cuba, Corea del Norte».
REFERENCIAS
Anne Applebaum – OCCIDENTE TIENE QUE CREER QUE LA DEMOCRACIA PREVALECERÁ
Mara Karlin – EL REGRESO DE LA GUERRA TOTAL
Michael Ignatieff – LA ANCIANA EN EL CEMENTERIO
Fernando Mires – RUSIA: EL RETORNO DEL TOTALITARISMO
Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS.
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