Hambre para mañana, por Teodoro Petkoff
Cuando todo parecía indicar, según las cifras del primer trimestre de 2012, que este año la inflación iba a ceder, gracias a un engañoso control de precios de inspiración puramente electoral, y que sencillamente mueve la raya hacia delante, sin entrar en el fondo del mal, la demagogia electoral pudo más que las buenas intenciones de que está sembrado el escabroso camino de la economía venezolana y antes de irse a Cuba Chávez anunció un aumento del salario mínimo que, entre sus dos fases, montará a 32%.
Esto pone en salmuera la posibilidad de que el alza de precios disminuya su trepidante ritmo y, por el contrario, se mantenga la tendencia que los hace crecer con la mayor velocidad que se registra en América Latina y el Caribe.
El aumento del salario mínimo produce, inevitablemente, un aumento parcial en toda la escala salarial, puesto que el mínimo aumentado alcanza y sobrepasa a los salarios que están apenas ligeramente por encima del mínimo. De modo que se produce un efecto cascada, en el cual los salarios que suben por abajo empujan a los que están por encima de ellos.
Por supuesto, cabe advertir que todo el mundo agradece un alza salarial y el efecto que busca el gobierno es el de suscitar el reflejo de gratitud, que seguramente espera habrá de durar hasta las elecciones venideras.
El problema está en que en un periodo inflacionario los aumentos salariales deben ser calculados de modo tal que no contribuyan a que crezca el montón inflacionario, es decir que los precios cojan mayor impulso hacia arriba, lo cual anula el efecto inicial del alza.
Pero para el gobierno el control de la inflación es una prioridad de menor alcance que la de ganar las elecciones, por lo tanto cuando comience a ceder el efecto de la primera mitad del alza, viene la segunda, justo un mes antes de las elecciones.
El año cerrará, muy probablemente, con una inflación semejante y tal vez un poco más alta que la que hemos venido teniendo en los últimos años, siempre por encima de 25%.
Sin embargo, el gobierno espera que cuando la gente venga a ver que al aumento se lo comió la inflación, ya habrán pasado las elecciones y confía en que no poca gente ya habrá caído por inocente.
El gobierno está cogido en una trampa de la cual no atina a salirse porque es prisionero de su propia lógica electoral, en cuyo altar está dispuesto a sacrificar lo que sea.
Como apunta el viejo apotegma, el político sólo piensa en las próximas elecciones, el estadista piensa en las próximas generaciones. Dicho a la manera del célebre economista Keynes, para el político cuenta el corto plazo y cuando el estadista apunta que es necesario pensar en el largo plazo, el político se sale de la suerte recordándonos que a largo plazo todos estaremos muertos.
Con una inflación que ha mostrado signos de desaceleración en el primer trimestre, lo adecuado habría sido producir un alza salarial ajustada a la inflación esperada, que de mantenerse la tendencia del primer trimestre, podría haber estado por debajo de la del año anterior. Con ello el aumento nominal habría sido menor pero el real, al conjugarse con el descenso de la inflación, haría rendir más al bolívar, aumentando su poder de compra.
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