Henri Falcón y los guerreros de Twitter, por Ibsen Martínez
Autor: Ibsen Martínez | @ibsenmartinez
Nada cuesta soñar que el CNE proclamará presidente al candidato, Maduro se exiliará en Moscú y se decretará la libertad de los presos políticos
He aquí algunos argumentos frecuentemente escuchados en favor de votar por Henri Falcón en las elecciones ordenadas por Nicolás Maduro.
—Las encuestas gritan que todo el mundo en Venezuela odia a Maduro; Falcón hará fácilmente una barrida. Con millones de votos no habrá fraude que valga; por eso no hay que emperrarse ilusamente en exigir condiciones ideales para una elección internacionalmente supervisada. Se gana con los votos que tú mismo cuidas, no mendigando condiciones.
—Tampoco hay que preocuparse por el qué dirá la comunidad internacional si ahora nos ve participar en elecciones amañadas porque ni Luis Almagro ni la Secretaría de Comercio de los Estados Unidos ni la Unión Europea pueden hacer por nosotros lo que solo un volumen aplastante de votos por Falcón podrá hacer.
—Circula la infamia de que Falcón es criptochavista y la suya una candidatura pelele de Maduro. Lo cierto es que nuestro Henri se arrepintió de sus pecados de juventud, estuvo años bajo el alero absolutorio de la Mesa de Unidad Democrática (MUD) y hasta fue jefe de campaña de Henrique Capriles. Hoy está decididamente a favor de la separación de poderes, la economía de mercado, los derechos de la comunidad LGBT, la preservación de los arrecifes coralinos del atolón del Gran Roque, los manglares del delta del Orinoco y los desovaderos de las tortugas marinas.
—Falcón ha abjurado del socialismo del siglo XXI. Su consejero económico, Francisco Rodríguez, es conexión viviente con el mercado de capitales y la dolarización.
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Deséchense la esterilizante idea de que Maduro es un dictador y la superchería desmovilizadora de que La Habana es todopoderosa y controla el proceso electoral en Venezuela. Dejemos que los 144 asesinados durante las manifestaciones del año pasado entierren de una buena vez a sus muertos y dispongámonos todos a votar con entusiasmo por Falcón para que las cosas vuelvan a ser como en 1973, cuando ibas al banco y comprabas un dólar con solo cuatro bolívares y treinta céntimos.
Suele dejarse para el final el argumento de mayor peso: Falcón es un exmilitar golpista de los del 4 de febrero de 1992. Solo por ello, una vez gane la elección, estará en mejores condiciones que la MUD de pactar una transición tutelada por los cleptogenerales narcobolivarianos.
—Falcón ganará las elecciones de mayo —profetiza un dirigente del MAS—, Maduro se pondrá algo difícil, pero mi general Padrino lo persuadirá de reconocer la derrota.
A partir de allí nada cuesta imaginar que Tibisay Lucena proclama presidente a Falcón, Maduro se exilia en Moscú, se decreta la libertad de todos los presos políticos, se eliminan los controles de cambios y de precios, el país se hace a una disciplina fiscal y a cambio obtiene una transfusión masiva del FMI.
Para contribuir a la reactivación económica, Rafael Ramírez, sus consanguíneos y socios, conmovidos por el clima de general reconciliación, inyectan dólares al circulante devolviendo voluntariamente si no todo, gran parte de lo saqueado. Diosdado Cabello se retira a la vida privada y cría búfalas de agua en las sabanas anegadizas de la península de Paria. Su mozzarella cobra gran renombre; también sus orquídeas. Luisa Ortega Díaz retorna al país, publica un libro exitosísimo sobre su duro exilio e ingresa a la Academia de Ciencias Políticas. Comeremos perdices.
¿Por qué —me pregunto— tantos compatriotas hallan sin embargo más fácil entender, con sumo desconsuelo, que la estrategia electoral ha sido al fin derrotada por completo, que la democracia en Venezuela ha muerto, que el país es un petro-Estado forajido en bancarrota y ha caído sobre nosotros, acaso por mucho tiempo, una ignominiosa dictadura sin precedente histórico?
Ahora llámenme abstencionista, alma buena, expatriado impolítico, guerrero del Twitter.