Historia de sobremesa, por Simón Boccanegra
Como me lo contaron lo cuento. Pero no es chisme. La fuente es muy confiable. Se trata de un ganadero que estuvo (no sé si todavía está) muy vinculado al «proceso». En estos días almorzó o cenó con Miquilena. En un cierto momento la conversación recayó en la Ley de Tierras. El ganadero increpó cordialmente a Miqui: «Cómo es posible, don Luis, que usted, que conoce el campo, pueda estar de acuerdo con ese adefesio de ley». Miqui miró el piso. Mantuvo silencio por un instante y luego suspiró: «Esa ley la están haciendo casi en secreto. Yo no tengo nada que ver con eso». El ganadero retrucó, pidiéndole que hiciera algo, que no escurriera el bulto, que el asunto también es responsabilidad suya. El viejo, los hombros caídos, la imagen misma de la pesadumbre, soltó una frase terrible: «Este hombre está empeñado en hundir el barco. Yo no lo puedo abandonar, mi destino es quedarme con él. No puedo hacer nada». El encuentro terminó en medio de un silencio pesado. El habano de Miqui se fue extinguiendo melancólicamente en el cenicero.