Historias de la frontera llanera, por Simón Boccanegra
Por allá por los llanos de Apure y Barinas unos contrabandistas venezolanos tenían un negocito redondo. Dotados de varios camiones compraban en los Mercales de toda la vía entre Barinas y San Cristóbal la mitad de la existencia de cada establecimiento, pagándola cash. Cruzaban el río Arauca hacia Colombia y vendían por allá esa mercancía por cinco o seis veces el precio que habían pagado. Todo marchaba a las mil maravillas, hasta que un día se les presentaron a los señores unos tercios que les informaron que el negocio se acababa porque de allí en adelante lo asumirían ellos. Ante la contundencia de los argumentos en forma de kalashnikovs, esgrimidos por los señores que no tuvieron inconveniente en identificarse como de las FARC, los contrabandistas venezolanos se rindieron y cedieron el negocio a los advenedizos. Ahora es de las FARC, las cuales con sus propios camiones y camioneros hacen lo que hacían antes sus colegas (en lo del contrabando) venezolanos y se embolsillan la ganancia. Ahora bien, tanto antes como ahora, ¿ese negocio era clandestino? ¿La Guardia Nacional no está enterada de nada? ¿El Ejército tampoco? ¿Las policías no ven ni oyen? La verdad es que la frontera sigue siendo un tercer país, donde desde la economía hasta la justicia son manejadas por las bandas guerrilleras o paracas. El Estado venezolano mantiene una presencia más bien formal, completamente anodina para todo efecto práctico. Esto sin hablar de los vasos comunicantes que pudieran existir entre los representantes de nuestro Estado y las bandas delictivas; presunción que no tiene nada de arriesgada porque los habitantes de la región saben y echan cuentos sobre ese contubernio que paran los pelos. Entre tanto, el Presidente está preocupado por una carta de la MUD al Congreso gringo. La frontera no es lo suyo.