Horacio Blanco y Elisa Vegas ofrecieron su Sinfonía Desordenada como banda sonora del país
La Orquesta Sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho abrazó el repertorio de Desorden Público, con la guía de Horacio Blanco y la directora Elisa Vegas, para hacer de las canciones de la emblemática banda de ska venezolana un viaje de tiempos y emociones en el espectáculo Sinfonía Desordenada presentado en el Teatro Teresa Carreño
Fotos: Gabo Hernández @gaboypunto
Ese sábado 28 de mayo varias cosas fueron inusuales. Cuando Horacio Blanco y Elisa Vegas proclamaron que su Sinfonía Desordenada contribuye «a reencontrarnos» lo hacían con respecto al país y su historia reciente. De allí que el espectáculo que tomó la sala Ríos Reyna del Teatro Teresa Carreño de Caracas exploró la ruptura de esta nación, los éxodos y los futuros deseables con un aspiracional abrazo de reconciliación. Pero el asunto va más allá.
El complejo cultural inaugurado hace casi cuatro décadas vivió un fin de semana dedicado a cumplir su objetivo fundamental: ser un espacio para la exploración de las artes. Decenas de músicos, técnicos, productores y trabajadores desarrollaron un espectáculo que llenó de vida una infraestructura que en 2022 está respirando de nuevo el aire que nunca le debió ser prohibido. Secuestrado por la política, sus salas y pasillos languidecieron de cultura -y mantenimiento- aunque ahora parecieran volver a iluminarse.
En cualquier caso, el Teresa Carreño se vio lleno de gente que acudió al recinto para confirmar que el repertorio de Desorden Público ha sobrevivido a los rigores del tiempo y se ha convertido en banda sonora de su tiempo. Son 37 años desde que la banda comenzó su andar y 34 desde su debut discográfico, décadas en las que han podido hacer una radiografía de la sociedad que los produjo.
Un camino que desemboca en el repertorio de la Sinfonía Desordenada estructurado en tres actos que ni siquiera alcanzan para comprimir lo más conocido de sus piezas -por ejemplo, «¿Dónde está el futuro?» no forma parte de él- pero sí para darle el volumen correcto a un proyecto que el año pasado publicó siete canciones logradas en dificilísimas condiciones de trabajo.
Lo visto en la tarima de la Ríos Reyna un año después superó toda expectativa. La Orquesta Sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho asumió el reto con una energía inigualable, y con la emoción impresa por la directora Elisa Vegas que bailaba tanto como su batuta. El podio que la recibió casi toda la noche sintió la vibración de cada salto que, respetando el tempo, hizo la mujer mostrando la profunda relación que ha construido con el trabajo realizado.
Horacio Blanco, por su parte, demostró por qué es el mejor frontman de la música alternativa venezolana contemporánea. Durante las casi dos horas y media de espectáculo, el cantante atrajo a la audiencia a las emociones que condujeron a diseñar este producto, relató anécdotas, construyó una narrativa y condujo al público durante los tres actos que van dándose la mano. Un músico sin temor a decir sus ideas sobre los caminos que ha andado la sociedad, sobre los poderosos, sobre la migración y sobre el perdón… procesos todos que han marcado a la propia banda que encabeza.
Blanco se hace acompañar de algunos integrantes de Desorden Público, los ejecutantes de guitarra, teclado, trompeta y saxofón que garantizan que la estética del ska se cuele entre los sonidos que emiten tantos instrumentos de cuerda, viento y metales. Harold Quevedo fue, quizá, quien más disfrutó esta fusión desde sus seis cuerdas.
Es difícil determinar lo más emblemático de la Sinfonía Desordenada. Pudiera ser la ejecución de Los que se quedan los que se van, con videos de expatriados y lágrimas en la sala. Pudiera ser la fiesta de saberse sobreviviente en un «Valle de balas» que aspira que quienes traban la puerta caigan. Pudieran ser los ribetes de Ennio Morricone que se colaron en algunos arreglos orquestales. Pudiera ser el trabajo vocal precioso de Minu Fayad y Desireé Genatios. Pudiera ser Horacio empuñando la batuta. Pudiera ser la sala llena de brazos en alto imprimiéndole espíritu renovador al recinto. Pudiera ser la señora que gritó su deseo de que acabe la dictadura, porque a pesar de todo Venezuela no se ha arreglado. Pudiera ser el protagonismo dado a los potecitos domésticos que se hicieron una «Música de fiesta» y demostraron uno de los valores de producción más importantes del proyecto sinfónico de Blanco y Vegas.
Porque Sinfonía Desordenada es un proyecto hecho en pandemia, con músicos repartidos en sus casas debiendo lidiar con los rigores de los espacios desnudos y no preparados para la grabación, la distancia entre intérpretes, la implacable exigencia de seguir un metrónomo y no a un compañero, los micrófonos de teléfonos celulares, los ruidos ambiente y la ausencia de instrumentos correctos, en algunos casos. Todos factores que le aportan brillo definitivo a un espectáculo desde sus primeras etapas de ejecución, como lo explicaban sus impulsores en esta entrevista de 2021:
Sinfonía Desordenada es un espectáculo que merece repetición, así sea al recuperar el registro de la grabación de un moento único, como lo es cada concierto. Mientras llega esa oportunidad, seguirá expandiéndose en otros soportes como la exposición fotográfica de esta producción doméstica que se inaugurará el 5 de junio en la Galería CBG Arts, en Caracas.
La fotógrafa venezolana Ana María Arévalo Gosen, con el apoyo de National Geographic Society y Leica España, retrató a los 75 músicos de la Orquesta Sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho, Elisa Vegas, Horacio Blanco y algunos miembros de Desorden Público después de la cuarentena, lo que le valió al proyecto una reseña en la revista National Geographic como una de los momentos de resiliencia y persistencia de 2021.