Huyó el tirano, por Teodoro Petkoff
Las grandes fechas nacionales cumplen el papel de recordar de dónde vienen los pueblos. Aluden a esos hechos que construyeron la nación, que abrieron caminos, pero cuya importancia (y lo que los hace consensuales) tiene que ver sobre todo con un pasado que se dejó atrás y no con lo que ocurrió en la vida del país después de lo que dio origen al ritual celebratorio anual. No conmemoramos el 19 de Abril o el 5 de Julio pensando en la ristra de dictaduras o dictablandas y malos gobiernos que después de 1810 y 1811 hubo de calarse el país, sino evocando las circunstancias y los combates, los esfuerzos y las penalidades que llevaron a producir un quiebre en la historia del país y a darle a este un nuevo derrotero. La nación se reconoce en esas fechas. El 23 de Enero de 1958 el país se quitó de encima a la última dictadura que le tocó padecer en el siglo pasado. Se desembarazó de ella mediante una acción de rara unanimidad. Ricos y pobres, civiles y militares, venezolanos de distintas confesiones políticas, pudimos confluir en las semanas previas a la caída del dictador por una única y poderosa razón: la de recuperar la libertad política y la democracia, en cuyo altar todos podíamos comulgar sin distinciones, porque habíamos descubierto que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Este país, que había iniciado tortuosamente su camino hacia la modernidad a partir de la muerte de Gómez, volvió a la noche autocrática el 24 de noviembre de 1948, cuando Rómulo Gallegos fue derrocado por el golpe militar, pero dio un paso de gigante cuando asumió, el 23 de Enero, como valor fundamental de su civilización, el de la democracia. La democracia sin apellidos. Ni «burguesa» ni «proletaria». Simplemente, esa que permite vivir sin miedo. Que en su nombre se hayan cometido toda clase de tropelías o que dentro de su marco campee la injusticia social, no quita que sea ella precisamente la que da fuerza a las luchas contra quienes la utilizan como máscara de sus intereses particulares y la confiscan, la prostituyen y la niegan.
La intervención de las Fuerzas Armadas, en la madrugada de ese día, fue la culminación de un proceso que en sus inicios no parecía tener más fuerza que la del riachuelo donde nace el Orinoco, pero que en pocas semanas alcanzó el majestuoso vigor de ese río cuando se acerca a su desembocadura. El clímax fue el 21 de enero, con el poderoso envión del pueblo caraqueño alzado. Juan Vicente Gómez nos tiranizó durante 27 años y murió en su cama. Pérez Jiménez no pudo tener ese privilegio. Una afortunada pero no casual acción convergente del pueblo y de las Fuerzas Armadas se lo negó. Cuarenta y dos años después, si la democracia sigue viva en Venezuela, a pesar de todas las turbulencias que la han sacudido, es porque el árbol de la libertad, regado con sangre el 23 de Enero de 1958, tiene sus raíces muy hondamente clavadas en el alma popular. Lo que parecía despolitización y desinterés durante los últimos años no era sino una manera de protestar, un modo de hacer saber a los gobernantes que iban mal. Ahora que el país vive la política con renovada intensidad, restablecer la vigencia del 23 de Enero resulta absolutamente pertinente. La época obliga a este reencuentro con nuestro inmediato ayer. Con el tiempo y con los desmanes de algunos de quienes terminaron por ser sus beneficiarios, la fecha fue perdiendo su fulgor, casi hasta quedar desleída en la conciencia colectiva. TalCual quiere, con la edición de hoy, luchar contra la desmemoria porque, como ya ha sido dicho, los pueblos que no recuerdan su historia están condenados a repetirla.
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