¿Qué es de la vida de las Naciones Unidas?, por Teodoro Petkoff
La gigantesca movilización militar y política de los Estados Unidos ya ha cobrado su primera víctima: la Organización de Naciones Unidas. Es curioso cómo a estas alturas el Consejo de Seguridad de la organización mundial ni siquiera se ha reunido para considerar la situación creada por los atentados terroristas y por la decisión norteamericana de «cazar» a Bin Laden en las montañas de Afganistán. Pareciera que con las Torres Gemelas también se derrumbó el edificio sede de Naciones Unidas.
A diferencia de la Operación «Tormenta del Desierto», contra Irak, en 1991, o la más lejana guerra contra Corea del Norte, en 1950, esta vez el gobierno de Bush ni siquiera se ha preocupado por cubrir las formas. No ha considerado necesario apelar a la legitimación de sus actos por la gran institución planetaria. Lo significativo es que tampoco ninguna de las subpotencias europeas ha reclamado esta omisión y todo el mundo parece aceptar los hechos cumplidos. La tendencia al unilateralismo que viene mostrando el Estado norteamericano ha alcanzado su clímax. La negativa a suscribir el Tratado de Kioto, de defensa del medio ambiente; el rechazo a participar del Tribunal Penal Internacional; la decisión de poner fin al tratado antimisilístico y de aplicarse al desarrollo de la llamada «guerra de las galaxias» o «escudo antimisilístico»; el retiro de la Conferencia contra el racismo, en Suráfrica; el abandono de una política proactiva en el conflicto árabe-israelí; todos estos han sido pasos claros de Estados Unidos en el sentido de colocarse al margen de los mecanismos colectivos establecidos por Naciones Unidas para la atención a los asuntos mundiales y a los focos conflictivos que matizan el paisaje internacional. Pero, ahora, frente al desafío del terrorismo globalizado, la estructura de seguridad colectiva creada a raíz de la Segunda Guerra Mundial, que pudo sobrevivir a la tremenda tensión de la Guerra Fría, con sus guerras periféricas, pareciera haber llegado a un momento de inflexión. Podría argumentarse que la unanimidad de la respuesta mundial contra el terrorismo ha hecho innecesaria la convalidación de ella por parte de la ONU. Sin embargo, esa unanimidad es más aparente que real. Ni siquiera dentro del propio gobierno norteamericano existe una óptica común acerca del alcance de la operación que ha desatado. Son visibles los matices que separan a quienes abogan por una suerte de operación «policial» dirigida a la captura de Bin Laden y quienes postulan la liquidación del régimen Talibán. Varios gobiernos europeos han expresado reservas frente a una operación militar en gran escala. La propia opinión pública mundial, sondeada en 34 países, ha expresado su oposición a la guerra -con las comprensibles excepciones de Estados Unidos e Israel.
En estas condiciones, hacer de Naciones Unidas un foro subalterno, respecto del cual Estados Unidos no se siente comprometido, es probablemente el camino que conduce a desbaratar todos los mecanismos colectivos de seguridad y a dejar al mundo librado a la voluntad de una superpotencia que no siempre va a recibir para sus actos la misma aquiescencia que hoy parece acompañar la Operación Justicia Infinita. ¿Es esta una vía hacia la paz? Habría razones para dudarlo.