No hay que llorar por Argentina sino por México
Ocupémonos hoy de dos procesos electorales, que de no haber sido por el golpe hondureño y sus secuelas, habrían sido la comidilla del hemisferio. Las elecciones argentinas y mexicanas. En las primeras, la versión mafiosa del peronismo (aunque parezca una redundancia, no lo es exactamente), que es el kirchnerismo, sufrió una aplastante derrota. En las segundas, resurgió el PRI como primera fuerza política del país y se derrumbó el PRD, que fuera el gran partido de la izquierda mexicana.
La derrota de los Kirchner llena de alegría. Como se sabe, el peronismo no puede ser definido en los términos clásicos de izquierda y derecha. El peronismo es argentino, y esa es su definición política. No existe nada en el mundo parecido a ese fenómeno. Ha dado desde Perón y los Montoneros, hasta sinvergüenzas como Menem y la parejita de chulos K.
Es de derecha y de izquierda simultáneamente y habla cualquier lenguaje que le sirva. ¿Lo derrotó la derecha argentina? Ilusión óptica. El kirchnerismo es parte de la derecha. No hay que llorar por Argentina. En el caso de México, este minicronista debe expresar su pesar por el desplome del PRD. Muchas veces ha ocurrido que cuando la izquierda en este continente alcanza envergadura vencedora, las pulsiones divisionistas hacen presa de ella y es consumida por los clásicos debates entre sus vertientes democráticas y las borbónico-stalinistas, con el aliño de algunos egos desorbitados.
El partido que obtuvo la mitad de los votos de México, perdiendo la presidencia por un pelo, hace tres años; al cual le quitaron los votos para la victoria en las mesas electorales que dejó de cubrir, se ha desplomado al 12% de la votación.
La izquierda borbónica, ahora mimetizada en la retórica chavista, ha arrastrado en su caída a la izquierda democrática. La alternativa ante el PRI y el PAN se ha difuminado. Es un aviso para el Polo Democrático, en Colombia.