El enemigo interno, por Américo Martín
Autor: Américo Martín | @AmericoMartin
El policía interno –del que alguna vez escuché decir a los hermanos Héctor y Ludovico Silva- nos impone desde la inconciencia censuras y conductas reprimidas. El enemigo interno de que hablaré ahora se parece en algo pero más que del inconsciente viene de la frontera entre ella y la conciencia. Sus efectos son parecidos.
Si conforme a la lógica y la reiterada prueba de los hechos, la unidad nacional es clave para el cambio pacífico y constitucional hacia la democracia, la insólita campaña que desde la propia oposición se libra contra ella no puede explicarse en el marco de la lógica ni invocando lecciones de la historia. Como es difícil sostenerla contra los poderosos jueces de la razón y de los hechos, la resistencia anti unitaria apela a la emoción desatada, mientras más apocalíptica y agresiva, mejor. De ahí vienen el lenguaje chocarrero el epíteto, la descalificación despiadada, el juego desconsiderado con las reputación de los demás, la suspicacia, el sé lo que digo y nadie me convencerá de lo contrario.
Y en efecto, en el mundo de las pasiones desbordadas es imposible convencer a nadie de nada. Se puede suponer la incidencia de agentes oficialistas travestidos de opositores. No los critico. Están en su juego, defienden sus colores. Pero el problema es que gente honesta, de grandes ideales y principios pueda creer que “dividir es ubicarse”, como en los años 1930 declarara alguna vez el gran luchador venezolano Valmore Rodríguez. La de Valmore era una razón discutible que al final devendría indiscutible. Pero en la actualidad lo indiscutible es la sinceridad y buena fe de sus autores, pues es inconcebible que crean racional la descalificación del que piense distinto, más cuando el país comienza a exigir que trabajen unidos por el objetivo común.
Frente al reto del 20 de mayo se ponen a prueba las políticas de las tres corrientes más notorias de la oposición, una de ellas participando en el proceso y dos insistiendo en elecciones con las condiciones del Acta de Santo Domingo postulada por el Presidente Danilo Medina y cuatro cancilleres facilitadores. Que cada una imagine tener la razón no tendría por qué impedir la unidad nacional.
El 20 de mayo pasa y el objetivo de democratizar este país mediante un cambio pacífico y constitucional sigue en pie, tanto más si el señor Maduro pierde la legitimidad de origen, que le había servido bien.
El 23 de enero de 1958 nos enseñó dos cosas ojalá inolvidables: 1) la unidad verdadera agrupa la diversidad de pensamientos alrededor de un objetivo supremo. 2) la eficacia de la unidad supone un espíritu capaz de fortalecerla. Lo que Sartre llamó: la fraternidad de las trincheras. Vale decir: considerar al aliado un compañero, no un enemigo del cual debamos cuidarnos. La parte material de la unidad es la suma, no la resta. La parte espiritual es el respeto a quien está obligado a luchar contigo, no contra ti. Odios y antipatías ceden ante el supremo objetivo, que en el fondo es la libertad del ser humano.
La unidad no es completa si se limita a la suma de factores. Es espíritu además de materia. Materia y Alma.
Eso fue el espíritu del 23 de enero.