Entre la rabia y la desesperación, por Simón García
Autor: Simón García | @garciasim
La candidatura de Henri Falcón es la continuación de la estrategia de la MUD sin ella. Ausencia que sería explicable si ya no fuera válido el fundamento electoral, pacífico, democrático y constitucional que condujo a la victoria parlamentaria del 2015.
Una de las tres posiciones en las que se fragmentó la oposición respondió que no y llamó a desechar la participación electoral, derrota de Maduro, por su derrocamiento. Tres partidos ejes de la MUD llamaron a luchar por mejorar las condiciones de participación y abrieron negociación con Maduro. Una tercera, alcanzadas algunas de las mejoras y quitándose de encima lospuñetazos moralistas de la primera, escoge a las elecciones como una vía del cambio.
La actitud extremista, exigir todo para ya, impuso una competencia de inhibiciones bajo la regla de proteger la reputación partidista y reducir los costos de impopularidad de sus direcciones. Impusieron las redes sobre la calidad y la eficacia de la política.
La abstención pasó de presión racional a ausentarse del proceso que facilita mejorar la movilización, organizar la protesta y demostrar al mundo que hay fuerzas internas que, en la lucha por reconquistar la democracia, no abandonan ninguno de los tableros, incluido el electoral.
Partidos y figuras independientes estimables dieron un giro para abrazar la abstención. En caída a libre hacia una incoherencia, se inventaron la malla protectora de la abstención activa, una contradicción en sus términos.
Ninguno, Américo o Ramón Guillermo entre sus ilustres promotores, han podido descender de la frase a su demostración práctica. Sencillamente porque no saltarán al boicot electoral. Abstención activa fue la de 1963, de cuyos errores es mejor acordarse para no repetirlos.
Hoy la elección es el terreno decisivo para que el país que no quiere a Maduro se exprese. No para medir fuerzas o dar testimonio de resistencia, sino para librar una batalla electoral para quitarle pacíficamente el poder a la autocracia. O se vencen las trampas o dejamos que la dictadura se perpetúe.
Es cierto que las condiciones del juego son extremadamente desiguales, pero también es tan exacto como condena inapelable que el 80% de la población rechaza a Maduro y que el país se nos vuelve un campo de refugiados adentro y afuera. ¿Alguien puede creer que el carnet de la patria frenará el voto castigo que acecha entre la rabia y la desesperación?
El motor del cambio son los masacrados por la crisis. El país que linda con un territorio de encuentro entre los seguidores de dos proyectos rivales que deben competir sin intentar liquidarse. Una nueva mayoría plural, de civiles y militares, cuyo compromiso con Venezuela sea iniciar pacíficamente la transición entre dos épocas. Sus primeras victorias serán ganar las elecciones y legitimar un gobierno de Unidad Nacional.
Sacar al país de la crisis impone despedir a Maduro, votar por Falcón y elegir el retorno de la democracia. El ímpetu para lograrlo debe vencer la atracción de la abstención, ese vacío hacia la nada personal, social y política.