Jefe por carambola
Una vez lo escribí en el propio diario: TalCual era lo más parecido a lo que uno se imaginó en los días universitarios, más fuera de las aulas que en ellas, sobre un periódico independiente y auténtico
Autor: Javier Conde
El primer día de TalCual ocurrió antes de su nacimiento. En mi caso, mi primer día fue cuando asistí a una reunión en una oficina de la borrosa zona de San Antonio en Sabana Grande: allí estaban Petkoff, Juan Carlos Zapata, Eduardo Orozco, Omar Pineda. Fue un día impreciso de febrero del año 2000 y salí del encuentro con la impresión de que la cosa estaba un poco en el aire pero que saldría, como en efecto ocurrió un par de meses después. Muy rápido.
Como se ha contado, TalCual nace en la mente de Teodoro después de su salida abrupta de la dirección de El Mundo, de los primeros síntomas de presiones gubernamentales sobre el mundo privado de la comunicación. La Cadena, el anterior destino de Petkoff, se comentaba, estaba agarrada por donde te conté por una herencia muy pero muy grande que había entrado en el limbo de los juicios. El gobierno revolucionario tenía el gusto desde muy temprano por las viejas prácticas “puntofijistas”.
Yo venía de otro proyecto fallido: la revista Primicia que El Nacional puso a andar en 1997 bajo la dirección de Carlos Blanco. Dos años después, con un robusto equipo consolidado y cierto prestigio ganado –las entrevistas de Blanco deberían formar parte de alguna antología de entrevistas venezolanas– se produjo el desacabezamiento de la publicación. Nelson Rivera, astuto publicista y asesor editorial -tarea que combinaba con sus negocios privados, muy privados-, fue el brazo ejecutor: había que amoldarse a los tiempos, era la consigna. Había que ser chavista. Primicia (cuyo nombre propuse) murió poco después. Rivera es ahora un exiliado del régimen.
TalCual era una oportunidad laboral y un lugar para curar las heridas porque Petkoff fue claro desde el principio: será un medio para el combate político, para la defensa democrática. De alguna forma, a la vieja usanza de los diarios que acompañaron tanto zafarrancho político en la historia. Particularmente de signo izquierdista. No creo que hubiera una elaboración conceptual sobre el tipo de periódico: se trataba de reeditar el éxito de TP en la dirección de El Mundo, con un editorial que ocuparía el tradicional lugar de las noticias. Un disparo seco, certero, directo, vigoroso, en medio de tanta metralla.
Yo venía de ser jefe de redacción en Primicia pero aquí era un oyente en busca de chamba. Quizás estaría disponible una coordinación de sección porque los cargos duros estaban resueltos: Zapata sería el jefe de redacción, Santodomingo el de política, etc. En el correr furioso de los días previos al lanzamiento era de repente jefe de información y luego en la víspera jefe de redación, pues Zapata andaba en otros proyectos. Así que, sin proponérmelo, resulté ser una especie de mano derecha (sin dobles connotaciones) de Petkoff. Jefe de retruque.
Fue, para no alargar mucho el cuento, una experiencia diferente. La primera gran diferencia era que TalCual no perseguía el lucro. Lo suyo era mantenerse en la pelea. Nada de dar dividendos más allá de sostener las maneras democráticas. Como siempre, se cometieron errores de cálculo: la plata reunida para la salida (Petoff lo cuenta en una tesis de grado que tutoré para la Universidad Católica Andrés Bello) se consumió muy rápido. El periodiquito tenía 80 personas en nómina.
Con el paro de 2002-2003 hubo que encogerse a la mitad y esa fue otra cosa que solo podía ocurrir en TalCual: en asambleas casi diarias se acordó que la gente que saldría entregaría su renuncia para evitar el pago doble porque era la única forma de sobrevivir. Solo una persona de 40 que se fueron recurrió a los tribunales y se le pagó su indemnización doble. Los demás cogieron sus bártulos y chao, pero con una promesa de Teodoro: si esto se recupera se pagará la diferencia, aunque no hubiera obligación legal.
Y eso ocurrió muy pronto: superado el enorme bache que dejó el paro, el diario pudo flotar durante unos años sin agobios y pagar sus cuentas con puntualidad. De manera, que se fue llamando mes a mes a los “renunciantes” para cobrar la deuda, más moral que económica, que Petkoff contrajo. Hay que acotar, destacar, recordar: TalCual cuestionó el carácter indefinido del paro desde su segundo día de mala vida. Los chavistas olvidan eso. Y otros también.
Diría, en resumen, que lo más divertido era hacer la portada. Un esfuerzo de imaginación que realizábamos todos los días muy temprano: Petkoff escribía el editorial del que previamente se sabían sus líneas centrales y por otro lado, Kees, el maravilloso holandés que se fue para siempre hace muy poco, o la gente de diseño, con Shymmy Azuaje a la cabeza, tramaban los recursos ingeniosos de la portada –hacer una en blanco que representaba la obra del comandante eterno, colocar una morrocoya en el escudo nacional para indicar por donde andaban los caprichos presidenciales (esa costó una severa multa porque la ilustración acompañó un recordado artículo de Laureano Márquez) o hacer, con frecuencia, montajes y juegos de palabras que moldearon el estilo del diario: Yugo Chávez! fue uno.
Trabajé seis años en TalCual: un vespertino es un castigo. Nunca se cierra, la jornada comienza un día y termina el otro. Estaba a las 6:30 de la mañana en la redacción me iba a mi casa al mediodía, volvía al final de la tarde y regresaba a las 6:30 am. Pero fueron años luminosos. Es un orgullo saber que ese diario no se retrató en la Plaza Altamira, se opuso siempre al juego apolítico y torpe y no dio cuartel a los desmanes oficalistas. Hablar claro y raspao tiene sus costos.
Felicidades TalCual. Creo que nadie que pasó por ahí haya olvidado esos días.