El fantasma del Libertador, por Américo Martín
Dijo el poeta Andrés Eloy Blanco que a Bolívar se le ha hecho a imagen y semejanza del que lo nombra. Depredadores que lo invocan en sus depredaciones. Hombres que entran a saco para robar, montan al ilustre caraqueño en el anca de su caballo saqueador.
Es de vieja data la soterrada lucha entre corrientes políticas antagónicas por atribuirse el albaceato de Simón Bolívar, especialmente en la actual Colombia (antigua Nueva Granada y antigua Cundinamarca) y Venezuela. En 1819 delegados de esos dos países en el Congreso de Angostura se unificaron en la República de Colombia. Quito se incorporará después. Su presidente fue, lógicamente, Bolívar. Ningún otro tenía su genio, su visión, su tenacidad y talento. La guerra hizo bascular sus grandes decisiones políticas y militares entre el iluminismo francés que lo había hecho soñar desde su juventud, la brillante emancipación democrática de EEUU… y el temor a que los agitadores extremistas pardos mandaran todo al diablo. ¿La angustia por preservar el orden púbico lo acercaría a la corona? La historia lo niega. Predominarían en su ánimo -con altibajos, claro- los juramentos libertadores, la necesidad de honrar alianzas fundamentales como la del presidente haitiano, el mulato Petión, en quien pensó al anunciar la abolición de la esclavitud, y quizá hacer un guiño a la gran potencia británica a la que con tanta simpatía mencionó en Angostura.
Cada uno tomaba del gran hombre lo que le acomodaba. El Partido Conservador de Colombia, fundado en 1849 por Ospina Rodríguez y Eusebio Cano, lo consideró su presidente-fundador en el marco de un programa devotamente cristiano y anticomunista, mientras que la izquierda revolucionaria lo erigirá líder máximo de la liberación continental. Esas adhesiones parcelarias conviven con la mayoritaria opinión favorable al procerato del Libertador en paz, democracia y republicana libertad.
En la segunda vuelta colombiana habrá forzada polarización, no de “izquierda-derecha” como por comodidad se repite. En las ofertas programáticas veo más rodeos que sustancia y como advirtió Bismarck: nunca se miente tanto como cuando se va de pesca, de cacería o a elecciones. Pero la verdad es que no había necesidad de circunloquios porque en estos comicios sí que hay muy hondas diferencias ideológicas. El ambiente está saturado de ellas. Duque es la negación del sistema erigido en Venezuela, cuya tragedia asombra y moviliza la sensibilidad solidaria del mundo. El país ha sido devastado ¡en nombre de Bolívar sin que pueda protestar! Lo decía J-P Sartre con su usual certeza: “Los muertos ilustres son alimento de los vivos”
No puede decirse, sin más, que Petro repita a Maduro. No obstante éste se la juega por él en lucha contra el gesto solidario de Colombia, que los agradecidos venezolanos nunca olvidarán. Sospecho que Petro desearía desmarcarse en algo pero sin decepcionar a sus seguidores.
Un eventual gobierno suyo padecería por semejante reata. De Maduro, mejor olvidarse, pero ¿cómo hacerlo si no se deja? Maduro, en efecto, ha respaldado abiertamente a Petro. En medio de sus penumbrosas ideas retoma al Bolívar revolucionario hipostasiado al divino Chávez. Claman que Bolívar vive, solo que los electores colombianos a quien ven en la ventana es a Maduro, autor subrogante de la insólita ruina de una nación tenida hasta hace poco como de las más pujantes del hemisferio. Presencian además la repetición ampliada de la inhumana diáspora cubana provocada por una quimera cruelmente ejecutada por un poder implacable. Es una tragedia que obliga a reflexionar. Es un caleidoscopio girando obsesivamente. Desfilan rostros del Libertador que caen como máscaras. Queda la desnuda realidad ornada de mostachos a lo Sadam Hussein.
Hasta Petro debería considerarlo.