La crisis política española, por Fernando Mires
Puede ser que nunca lleguemos a estar de acuerdo con él, ni que no nos guste su estilo, sus principios (suponiendo que los tenga), su forma de ser en el mundo, ni mucho menos la forma como accedió a la presidencia. Pero lo cierto es que estamos frente a un animal político, con todo lo bueno y malo que eso trae consigo.
Ya Pedro Sánchez tuvo la oportunidad de ponerse a prueba el 21 de mayo del 2017 cuando nadie daba un duro por él y logró vencer en las primarias del PSOE a la popular andaluza Susana Díaz. ¿De dónde sacó esa vez los votos? Los que saben cuentan que no dejó lugar de España sin recorrer, ni delegado con quien no conversara ¿y quién sabe cuántas llamadas, cuánto correo, y cuánta promesa? El hecho fue que ganó. La Díaz lo reconoció: “no perdí frente a un político sino frente a un atleta”. Porque perseverancia le sobra; y esa es una de las principales virtudes de la profesión política, según Max Weber. A esa virtud weberiana Sánchez une una virtud maquiavélica: astucia. Y otra muy propia: audacia. Gracias a esas tres virtudes, llegó a ser lo que nunca nadie pensó que iba a ser: ministro- presidente de España. Y ahí lo tenemos
Por primera vez un presidente miembro de un partido minoritario en la Cámara Baja, con el senado en contra y sin investidura parlamentaria. ¿Cómo lo logró? Visto en retrospectiva, mediante dos jugadas clásicas de la política. La primera, detectar un enemigo principal. Eso no podía ser otro sino Rajoy. La segunda, configurar una mayoría en contra del enemigo. Esa fue la jugada más difícil. ¿Cómo unir a un conglomerado de partidos y partidillos no solo diferentes sino, además, enemigos entre sí?
La apuesta de Sánchez fue muy fuerte. Pero captó que el escándalo llamado Gürtel (correa) había sido efectivamente el más grande de toda la historia de la España post-franquista. De ese charco ningún presidente podía salir ileso. Además, pocos presidentes como Rajoy han logrado tener tantos enemigos. El PP es un partido muy grande pero sin aliados, y eso, en parte, se lo debe a la falta de flexibilidad tantas veces demostrada por Rajoy.
Sánchez entendió rápidamente que la patota organizada para desbancar a Rajoy no es una alianza política, y si lo es, solo una alianza negativa. En ningún caso una combinación de gobierno. Por esa razón, Sánchez es también el primer presidente que accede al gobierno sin tener un programa. Por el momento, una ventaja. Sánchez no está amarrado a nadie y sus promesas, si las hizo, no valen a la hora de tomar grandes decisiones. Hasta Pablo Iglesias se dará cuenta de que al menor descuido Podemos también podría ser prescindible. Pues Sánchez, como curtido político, sabe que el primer paso antes de gobernar es asegurar el frente interno, vale decir, su propio partido, el PSOE. No le será difícil: si hay un remedio para cicratizar diferencias en un partido, ese remedio se llama: poder. Sánchez es ahora un caudillo con poder, y el poder del Estado es una miel que atrae y unifica a los políticos como a las abejas. A partir de un PSOE unificado, Sánchez – la abeja reina- podrá crear una combinación de gobierno que le permita trascender el carácter provisional de su mandato en vías a futuras elecciones en donde sí, Sánchez, podría ser el candidato de una alianza política. Al fin y al cabo durante un tiempo mantendrá, para muchos, el aura de haber sido el hombre que derrocó a Rajoy, el héroe que se levantó en contra de la corrupción.
La pregunta que no ha respondido Sánchez es cuál será su política frente a los aliados que obtuvo en el último segundo: los nacionalistas de izquierda y de derecha, sobre todo los catalanes. Hasta ahora se las ha arreglado con una frase que pega pero no dice mucho: “vamos a tender puentes”. Con ello quiere decir que va a abandonar la rigidez que caracterizó al gobierno de Rajoy. Pero ¿cuáles serán esos puentes? Podemos intuir que Sánchez buscará el diálogo con los independentismos. Lo que no está del todo mal. Los independentismos no van a desaparecer de la noche a la mañana y no pueden ser enfrentados siempre a lo Rajoy, con juicios y cárceles.
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Tal vez –por el momento es solo un tal vez- entre los diversos elementos negativos que conlleva la crisis española, hay uno positivo. Y este es: la posibilidad de la repolitización de España. Sí, repolitización. Porque si hay una política de la des-politización, esta fue la practicada por Rajoy y el PP. La extrema judicialización del tema de los independentismos fue una crítica sostenida de los periódicos El Mundo y El País. Además, la despolitización operó en otro sentido; el mismo que le costó el puesto a Rajoy. Nos referimos a la economización de la política.
Como casi todos los partidos de derecha el PP es, o ha llegado a ser, el partido de los grandes empresarios. Eso no sería grave si es que los empresarios son mantenidos en el digno lugar que les corresponde: el de los negocios. El problema aparece cuando la lógica de la razón empresarial se apodera de la política. Y esto es efectivamente lo que estaba sucediendo con y en el PP
Pocos gobernantes pueden mostrar mejores números que Rajoy. La gran crisis económica ya quedó atrás, algo que será reconocido como un plus de su gobierno. Pero a la vez, los criterios que llevan a la representación política no pueden ser los mismos que los de los bancos y las empresas. Los ciudadanos no solo necesitan pan, también palabras, sentirse partes de una misma polis y, en algunos momentos, cuotas de ayuda social. Que en lugar de eso algunos políticos se enriquezcan como magnates lleva a un distanciamiento de los ciudadanos con su gobierno. Entonces aparecen las protestas: no solo las de los nacionalistas extremos, además, las de demagogos como los de Podemos, y otras excrecencias.
El inesperado salto a la oposición puede ser también visto como una chance para la recomposición del PP. Desde ahí podrá reordenar sus filas, renovar su personal y levantar nuevas estrategias. España necesita de una derecha verdaderamente política.
El gran perdedor de la crisis que llevó al fin de la era Rajoy fue, sin duda, Ciudadanos. Justamente el partido que hasta la fecha de la caída de Rajoy lideraba las encuestas, ha quedado totalmente descolocado. Por el momento no le queda otro alternativa que compartir un lugar de la oposición con el PP. Justamente lo que menos necesita Ciudadanos: ser encajonado por Podemos como “la otra derecha”, fuera del lugar que le corresponde: el del centro político.
En cierto sentido, así como el acceso al poder de Sánchez fue el resultado de su ilimitada audacia, la descolocación de Ciudadanos fue el resultado de la extrema racionalidad de sus líderes. Pero es explicable: la moción de censura levantada por Sánchez sorprendió al partido de Rivera. Nada en verdad hacía suponer que iba a prosperar. Hasta los más agudos analistas creyeron que Sánchez iba a quedar como el tonto del barrio. De ahí que Ciudadanos se las jugó por presionar a Rajoy para que dimitiera y convocara a nuevas elecciones, algo que Rajoy tampoco pensaba hacer.
Como sea, nuevas posibilidades se abrirán al partido de Arrimadas y Rivera. Objetivamente el PSOE necesita de Ciudadanos, no solo para enfrentar al tema de los temas: el de los independentismos, sino para no quedar atado a Podemos. Ciudadanos, a la vez, necesita del PSOE para alcanzar alguna vez las puertas del poder. Para la mayoría de los analistas españoles, la alianza entre PSOE y Ciudadanos es necesaria y natural. Visto así, PSOE y Ciudadanos son como esos amantes que se buscan y nunca logran encontrarse. Y, si se encuentran, así ocurre en algunas novelas, ya es demasiado tarde.