Género, por Gisela Ortega
En la década de los setenta surge el llamado enfoque o perspectiva de género, como repuesta a las interrogantes teórico-metodológicas planteadas por la asimetría y desigualdades entre hombres en función de su sexo, según algunos autores, esta nueva visión constituye la innovación cognitiva más importante de los últimos 50 años. En las ciencias sociales.
El género se define, como una construcción cultural, social e histórica que, sobre la base biológica del sexo, determina normativamente lo masculino y lo femenino en la población, así como las identidades subjetivas y colectivas. También condiciona la existencia de una valoración social asimétrica para varones y mujeres, y de la relación de poder que entre ellos establece.
Los estudios realizados en este campo desde la perspectiva del estatus o prestigio social y los análisis de las relaciones sociales, así como la teoría de los sistemas de poder, han contribuido no solo a generar conocimientos sobe las mujeres, sino además vincular mejor y en forma significativa esta temática con aspectos más globales de la sociedad. En el presente, la idea de que el desarrollo beneficia o perjudica en forma diferenciada a hombres y mujeres es mucho mejor aceptada y más fácil de entender.
La incorporación del concepto de género a la terminología de las ciencias sociales lleva a que no sea utilizado particularmente por los distintos autores; la gama de significados y enfoques es amplia. En ocasiones reemplaza a la variable sexo, en otra es sinónimo de mujer. Hay quienes lo consideran un sistema de estatus y prestigio, y quienes lo ven como el reflejo de jerarquías sociales derivadas de la división social del trabajo.
Si bien no es una hipótesis acabada ni tampoco hay aprobación unánime en torno a ella, la concepción de género, permite analizar la inclusión de las mujeres en la sociedad comparada con los hombres. Esto significa entrar a debatir que sucede con las relaciones entre varones y mujeres en esta colectividad y cómo se puede lograr la equidad en esta esfera. Manifiesta, en última instancia, que es preciso humanizar la política y hacerla para las personas, lo cual conlleva tomar en cuenta no sólo los factores macroeconómicos del quehacer social, sino también lo cotidiano y sus interrelaciones con la vida de éstas.
* Lea también: Drones contra “el estado fallido”, por Juan Vicente Gómez
Actualmente se ve con claridad que existen algunos problemas más vinculándolos al entendimiento entre hombre y mujeres, así como la forma en que se estructuran las relaciones de poder, que no se resuelven por sí solos, al menos a mediano plazo.
Las mujeres en mayoría tenemos todavía fuertes ataduras en los roles conocidos por la ausencia de política que nos apoye en la ruptura de esos lazos tradicionales y adquirir un poco más de control y autonomía sobre nuestras vidas.
Al intervenir las mujeres en diferentes ámbitos de la colectividad, se dio por sentado que participarían en decisiones. Sin embargo la ciudadanía jurídica de las mujeres no las equipara aún con los hombres en la esfera de lo público ni tampoco las liberó de la responsabilidad primordial en cuanto al hogar y a los hijos.
La equidad de género debe encontrar su ámbito de progreso natural para abordar los procesos de incorporación igualitaria de las mujeres a la sociedad. En este sentido, la perspectiva de género, en torno de la cual la reflexión se inició en la década de 1970, pero se ha hecho más sistemáticamente en la actualidad, aporta al análisis de las condiciones de vida y de integración de las mujeres al desarrollo de la idea que mejorar estos aspectos no es suficiente sino se evalúa la posición femenina de la sociedad, condicionada no sólo por factores socioeconómicos, sino por el papel asignado a las mujeres en función de razones culturales.
El enfoque de género, pese a no constituir aun una teoría acabada, emerge como una posible herramienta para explicar los factores de discriminación y subordinación que determina la condición de las mujeres.
Lograr una inserción equitativa de las mujeres en la sociedad sigue siendo un asunto complejo. En el que convergen variables cuantitativas y cualitativas, pero lo fundamental es que supone un modelo de sociedad futura, que en este momento de cambios ningún grupo tiene íntegramente configurado, ni menos, por lo tanto, los medios para llegar a concretarlo.
Es necesario destacar que la carencia en la mayoría de los países, de políticas explícitas y continuas destinadas a las mujeres no permite evaluar las acciones que hayan dado origen a la renovación. En este mundo de transición, las mujeres y hombres redefinen con muchas dificultades sus apeles en la sociedad, en la familia y en la pareja, buscando ajustarse a una realidad cambiante y con distintas exigencias.
La irrupción de las mujeres en el escenario público modificó necesariamente la configuración de lo privado, pero la magnitud del cambio aún no es clara y persiste el desfase entre el discurso sobre esta esfera y su realidad actual.
Sin duda se ha logrado avanzar lo suficiente en materia de reconocimiento de los derechos de la mujer y su papel en la sociedad, pero todavía hay mucho camino por recorrer