Calabozo Cuenta, por Eduardo López Sandoval
La colonial ciudad de Calabozo no está cerca del Estrecho de Bering, pero hasta la Mesa de Calabozo, donde se enclava este conglomerado humano desde trescientos años ha, llegaron los legatarios de los indios que estuvieron “de paso” en un antier de la historia por el Estrecho de Bering. Con las menudencias que han pasado en este poblado, que cuenta la memoria de su gente, el autor del presente escribió el texto de Cuentos Históricos Calabozo Cuenta, del que traemos el Introito -por pertinente-, a este ensayo que en serie por esta vía se ha publicado… (Vale este paréntesis: de interesarte el libro Calabozo Cuenta, en los virtuales estantes de Amazon está).
La Historia divide a los hombres entre los que construyeron las antiguas ciudades ladrillo a ladrillo y los que caminaron haciendo caminos en el mundo desconocido e inalcanzable huyendo de los templos y de sí mismos y de la exploración finita de las respuestas de las tías abuelas
El grupo de los sedentarios se dedicó a construir monumentales arquitecturas con la certeza cumbre de que las llenarían de dioses domesticados por siempre en cuanto no pudieran salir jamás del óleo de sus lienzos rectangulares.
El nómada tuvo seguridad de la consecuencia de los muros y paredes y retratos que guardarían sus ídolos pero quizás también enclaustraría la libertad de sus sueños y ante este espantajo huyó tomando el camino de lo incierto.
Al sedentario aunque quizás no le gustó el pedazo de tierra donde se asentó lo transformó y transforma aún con un trabajo de gran esfuerzo en procura del gusto insaciable de la sociedad de los hombres que murmullan por más felicidad.
Los gregarios también con esfuerzo mayúsculo se desprendieron de esa tierra que ya empezaban a querer por escudriñar una brisa más acorde con sus colosales pretensiones de huir de las imperfecciones sin resolver como si el mundo no fuere redondo.
Es así que sigue recorriendo espacios y traspone el Estrecho de Bering en tiempos que las glaciaciones brindaron un caminito de hielo de media gruesa de kilómetros entre Asia y América
El desandar del camino de hielo por el calor que volvió pronto acompañó al hombre en el no querer transitar de regreso de América a Asia para seguir su eterno andar por el mundo por descubrir la tierra perfecta en el nuevo continente.
Siglos de tiempos nuevos después de este trasponer continentes llegan a los Llanos que bañan con sus aguas el Orinoco que no lo convence aún de establecerse en un lugar por más de un período de sequía o de lluvias.
En el más sobrecogedor remanso del río más grande que su vida pueda conocer ni en ninguno de sus tributarios permanece más de un tiempo que vaya más allá del período en el que su mujer pueda parir la hermosa niña engendrada en ese pernoctar.
El camino sin alcance y sin fin es la tarea de todos los días de la vida de sus padres y de los hijos de sus nietos hasta que la muerte los alcanza sin dejar una tumba en un cementerio de recuerdos.
En este acercarse y alejarse del río padre se encuentran en una de las subidas que hacen en canoas para burlar las aguas crecientes del Orinoco con la Mesa de Calabozo y el dulzor de las curvas de su inagotable río Guárico y de sus madreviejas.
Caribes del Orinoco hacen suya esta Mesa de Calabozo de tal manera que las otras tribus se cuidan de no ocupar y encariñarse con estos llanos altos que en tiempos de sequía están desocupados porque pronto al llegar la lluvia recia los guerreros de la muerte cierta vendrán sobre sus tierras.
Al llegar el hombre blanco a estas tierras no vírgenes ocurre el primer desajuste importante en la cotidianidad de siglos sin historia escrita de los habitantes temporales de esta tierra alta y llana que días después se llamó Mesa de Calabozo.
Los blancos con las armas de escupir fuego y piedras duras que no admiten un aletear de disenso imponen que el hombre catequizado en su monótono destino no debe subir y bajar con las aguas de las lluvias.
Los conquistados indios desde Cabruta son convencidos para fundar una nueva ciudad en estos llanos buenos ganaderos que apartará un solar para enterrar a los nietos de los hijos de los fundadores.
Ellos exigen como condición terminante que esa fundación la hagan en la Mesa de Calabozo de sus querencias donde saben por la experiencia de sus ancestros que nunca les faltará el agua que nunca ahogará a sus hijos.
En Calabozo Cuenta oiremos al trasluz de las ventanas de las palabras a los fundadores todos de este pueblo con forma de hoz y corazón de árboles grandes que se los traga el calor del sol que pica de la tierra que nace con la muerte.
Por lo menos mil años de su cultura se oirán en la voz de estos cuentos históricos de hoy porque cuando recién nace un niño no tiene la edad que el reloj marca porque tiene los años de por lo menos diez siglos de su cultura.
Cuando leamos estos Cuentos Históricos de este tiempo miraremos al indio que baja los ríos ante la sequía y a los españoles de las vacas con becerros con los hijos de ambos que parece que no pudieran hacer nada sino montados en un caballo.
(Esta es la parte cinco, de seis, del ensayo denominado Genética de la Demagogia. Continuará).