José salió a reportear, por Javier Conde
José Suárez Núñez se reconvirtió en periodista de la fuente petrolera, en la que se convirtió en una referencia nacional y en un guía para las nuevas generaciones
Su partida en la madrugaba de ayer tuvo que ser eso: una pauta que cumplir, una intuición a seguir, un hilo suelto. Se habrá imaginado que se levantaba de esa cama fría y ajena, de olor de hospital, verse una vez más poniéndose el flux de mil batallas, ajustarse el nudo de la corbata, chequear que tenía la libreta en el bolsillo y un par de bolígrafos, y tomar la calle.
La noticia nunca fue él. José Suárez Núñez, 1928-2018, asturiano de La Habana, cubano de Venezuela, pertenecía a una estirpe en extinción. Aunque fue capaz de entenderse con internet y montar su propia web, Petrofinanzas, era un personaje de película en blanco y negro. Hildy Johnson en The Front Page.
Un periodista de 24 horas todos los días de todos los años. Tan reportero como caballero, galante, detallista, discreto. Seductor, y tanto. Hasta hace un par de años cortejaba y mimaba a una novia a la que casi doblaba en edad. Gilda se llamaba. Su particular Rita Hayworth.
Salió de Cuba cuando Fidel Castro, a quien conoció y trató en los tumultuosos días universitarios de la Universidad de La Habana de finales de los años 40, y sus barbudos asaltaban el poder. Se fue en el mismo avión en el que huía Fulgencio Batista, rumbo a República Dominicana y luego a Portugal. Pasó a España, buscó y halló raíces familiares en Asturias y, como pudo, logró conectar con el exilio cubano y recalar en Venezuela a principios de los 60, tiempo en que una incipiente y tambaleante democracia se abría paso entre golpes de derecha e izquierda.
Lo cobijó el vespertino El Mundo que Miguel Ángel Capriles había puesto en circulación un mes después de derrocada la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. El destino quiso, hay que consignarlo, que el hijo de aquel editor creador de la poderosa Cadena Capriles (Miguel Ángel Capriles hijo, Michu) se responsabilizara por la atención médica de Suárez Núñez en la Sanatrix, antes de su partida a esa pauta que lo inquietaba una vez más.
Un reportaje suyo en El Mundo de mediados de los sesenta levantó la furia oficial (siempre la ha habido, aunque con distancias, claro) y se exiló en Nueva York, donde pateó calles para The New York Times y el diario La Prensa. Pero pronto volvió, porque aquella democracia ganó la batalla a sus enemigos y amplió el marco para el desarrollo de medios en todo el país y para el ejercicio del periodismo.
En algún momento, que me resulta impreciso, José Suárez Núñez se reconvirtió en periodista de la fuente petrolera, en la que se convirtió en una referencia nacional y en un guía para las nuevas generaciones que se adentraban en el cubrimiento de la industria que movía el país.
Ese periodista con un montón de horas de vuelo, que había entrevistado entre otros a Salvador Allende, el político chileno que inauguró la vía socialista al poder por medio de los votos, y que salió balazos, aceptaba empezar de cero en otra fuente que no era cualquier fuente.
El Diario de Caracas, que circuló por primera vez en 1979 y hasta mediados de los 90 en su versión original, un medio que tuvo entre sus creadores al afamado escritor argentino Tomás Eloy Martínez, y que contribuyó a cambiar la relación entre el periodismo y el poder político, fue el de su esplendor como periodista petrolero.
Como reportero cubrió el ascenso de Pdvsa hasta ser una empresa de rango y reconocimiento mundial, codeándose tanto con las figuras locales del ámbito petrolero, como las de talla internacional.
Nadie, casi con seguridad, conocía como él los entretelones, la historia menuda, de las grandes decisiones de la industria, el número de taladros activos, la proyección de los barriles a producir…también la indetenible, lastimosa e inimaginable caída.
Suárez Núñez lo contó todo o casi todo. Para EDC, para El Nacional, para TalCual, para La Cadena Capriles, para Petrofinanzas, para Inteligencia Petolera (en Colombia). Siempre con la ilusión del primer día. Apelando a sus buenas piernas de reportero y a su don de gentes, que le permitió coleccionar un reguero de amigos y amigas, a quienes también doblaba en edad, que lo acompañaron hasta la última pauta.