Verdades y futuro, por Marta de la Vega
Una síntesis de los múltiples efectos provocados por el proyecto chavista del fallido socialismo del siglo XXI recoge 3 aspectos claves: el derrumbamiento del aparato productivo y la quiebra de empresas y servicios, la corrupción convertida en práctica delictual que atraviesa todos los estratos sociales desde el más alto gobierno hasta los más débiles, de carácter amiguista, clientelar y oportunista, con predominio de 3 estamentos surgidos de la tradición socialdemócrata que imperó en Venezuela: los militares, la mayoría sin méritos, cercanos al caudillo Chávez, los militantes frustrados de la izquierda radical derrotada por la naciente democracia conducida por Rómulo Betancourt, ávidos de poder y repletos de resentimiento, y los pragmáticos herederos de las viejas élites socioeconómicas que se adhirieron al proceso para enriquecerse más y no renunciar a sus privilegios.
Todos han robado a la par, desviado fondos y usufructuado de la inmensa renta petrolera a favor de sus intereses particulares. No hay que insistir en el alcance de la catástrofe humanitaria provocada despiadada y criminalmente por esta mentalidad de la casta dirigente y sus principales beneficiarios con un futuro destruido por niños desnutridos, no nacidos o muertos por hambre, madres parturientas que no se salvan por la precariedad de las condiciones de salud, personas que mueren sin necesidad por la escasez de medicinas o enfermos crónicos o críticos que se suicidan desesperados para no convertirse en cargas para sus familias.
El último de los efectos destacables es la anomia moral y la anarquía resultante de un poder ejercido discrecionalmente, cuya huella no solo ha marcado a los sectores mencionados sino que ha transformado el país en una sociedad transgresora.
Aunque hay gente con profunda conciencia ciudadana, espíritu altruista y solidario, la mayoría ha sido contaminada por esta degradación del tejido social.
La bajísima cohesión y el llamado “familismo amoral” fueron alentados por la “ética revolucionaria” que impuso el militar golpista de febrero de 1992, ensalzado luego como héroe, con el liderazgo y control de Cuba, cuya revolución, la más antigua y sanguinaria dictadura latinoamericana, idealizada en el mundo occidental desde 1959 con el enfrentamiento bipolar o Guerra Fría entre las 2 potencias, la entonces Unión Soviética y los Estados Unidos de América, destruyó la economía, el progreso y la prosperidad de esa nación, a la vez que trituró el destino de por lo menos 5 generaciones de cubanos. Sus dirigentes y emisarios venidos de la isla comunista llegaron invitados por Chávez para cumplir en Venezuela la misma tarea destructora. No han cesado desde hace 20 años de interferir, entrenar y adoctrinar en muy diversos ámbitos, además de dominar el sistema de identificación e identidad nacional, registros y notarías con todo el inventario de propiedades y patrimonios y el sistema escolar oficial.
Entre sus repercusiones más duras, el ataque frontal contra el periodismo independiente y la censura contra la libertad de expresión han derivado, por falta de papel periódico que el gobierno reparte a su antojo pues tiene el monopolio de su importación, en el cierre o expropiación sin la debida indemnización de numerosos medios de comunicación, en el despojo a sus dueños de emisoras de radio y televisión y en la suspensión impresa de medios escritos. Entre ellos hay dos emblemáticos que me son muy cercanos y queridos, en los que he colaborado desde hace mucho tiempo, Tal Cual y, desde el 14 de diciembre de 2018, El Nacional y su “Papel Literario”. Pero veremos de nuevo surgir la fuerza de su pluralismo, hondura y riqueza de perspectivas de análisis e interpretación. Los delincuentes que desgobiernan Venezuela dejarán pronto de pavonearse y cantar victorias. Quienes apostamos por la reconstrucción de las instituciones, clamamos por superar la impunidad con verdad, justicia imparcial, transparente y rápida.