Bolívar de nuevo, por Laureano Márquez
Hay personajes que nunca descansan en paz. Sus tumbas son abiertas, sus huesos jurungados al filo de la medianoche en una ceremonia misteriosa de gente vestida de blanco babalawo y rostros cubiertos, que asemeja más a un rito de ocultismo, que a una rigurosa investigación científica. Neruda dijo que Bolívar despierta cada cien años cuando despiertan los pueblos. Con el cine y las series de Netflix, el plazo se acorta, Bolívar despierta ahora cada siete u ocho años, cada vez que una nueva superproducción le retrata.
La que acaba de hacer Netflix no le gusta nada al doble paisano de El Libertador, tan venezolano y colombiano como el prócer. Demasiada inversión se ha hecho desde el régimen “bolivariano”, como para que venga ahora “la oligarquía colombiana” de Caracol a desvirtuar su imagen. Con toda seguridad, Santander, nuevamente, está detrás de todo esto. Un nuevo atentado, esta vez ya no contra la vida, sino contra la muerte de Bolívar se realiza desde Bogotá,
Los personajes endiosados son los más difíciles de examinar. Cualquier juicio ofende, solo los datos neutros son aceptados sin discusión: nació el 24 de julio de 1783 y murió el 17 de diciembre de 1830. Pero si entramos en materia: ¿de qué murió?, por ejemplo, ah, bueno, ahí ya comienzan los problemas. No digamos si entramos en detalles más profundos sobre su juicio histórico, porque con figuras de esa talla no se aceptan medias tintas. Marx, por ejemplo, en carta a Engels (14-2-1858) se refiere a Bolívar como el “canalla más cobarde, brutal y miserable”.
Esta dura afirmación debe representar un gran dilema para quien es a la vez bolivariano y marxista: ¿cuál es la prioridad de lealtades en un caso así? ¿A cuál de los dos dioses seguir?
La propia imagen de Bolívar es motivo de polémica. Poco importa que El Libertador haya dicho que el retrato suyo realizado en Lima es su más fiel representación el régimen ha propuesto otra, que asemeja más a la fotografía de un contemporáneo producto del mestizaje propio del país, que a la de un mantuano caraqueño (o capayense, según se vea) del siglo XVIII , con lo cual se llega al extremo de discutir, no solo ya la imagen que otros, fuera del chavismo, tienen de Bolívar, sino incluso que la propia imagen que El Libertador tenía de sí mismo no era enteramente bolivariana, sino distorsionada por el amor propio, cosa que curiosamente le hace profundamente humano, que tampoco es buena idea para quien habita en el Panteón.
En fin, el caso es que la serie de Netflix ha sido ya condenada por el administrador de turno de la ortodoxia, juicio que para la gran mayoría constituye una invitación a seguir la serie, porque cuando un condenable condena, exalta. Ahora dos grandes y trascendentes preguntas: i) ¿cómo puede el líder de un proceso antiimperialista estar suscrito a Netflix, que es uno de los emblemas más poderosos del imperio? y ii) teniendo en cuenta que la serie comenzó el 21 de junio: ¿en qué tiempo pudo ver los 60 capítulos como para formarse tan contundente juicio?
Al cierre me responden la primera pregunta: parece que se roba la señal, como era lógico suponer.