“Aquí no se habla mal de…”, por Bernardino Herrera León
Debo refutar la carta pública de un grupo de personalidades venezolanas, en la que denuncian una campaña sucia contra Juan Guaidó. La leí detenidamente. Nunca un texto me ha producido tanta tristeza y decepción. Sobre todo, porque entre sus firmantes se cuentan destacadas personalidades que admiro y respeto. Y lo seguiré haciendo. Porque la disidencia es parte esencial del pensamiento racional que es la base del pensamiento científico y humanístico. Sin disidencia el pensamiento se estanca, se pudre, se muere y se convierte en ideología, lo contrario de la razón. Respetaré la disidencia como un valor irrenunciable, pero no dejaré de combatir la ideología por totalitaria.
Voy a disentir porque me siento directamente aludido en esa carta. Aludido y ofendido. Eso no fue lo que me enseñaron mis maestros, algunos de los cuales son firmantes de la misma. En mi formación como científico aprendí que se puede disentir, expresándonos del modo más polémico. Pero sin ofender. De eso trata otro valor irrenunciable en ciencia y humanidades, del respeto a la integridad de la persona humana. Se pueden despreciar los argumentos, los hechos, los crímenes, las consecuencias. Se deben castigar severamente las transgresiones a los valores más esenciales. Pero la integridad de las personas debe ser preservada. La civilización depende de este principio. Y no pienso renunciar a esa idea.
En la carta se dicen cosas así: “Sistemática campaña de difamaciones”, “vociferante minoría” de opositores, dedicados a “imputarle intereses y motivaciones oscuras al presidente Guaidó”. Se trata, afirman, de una conspiración en su contra. Una conspiración que se aprovecha de la angustia y la desesperación popular para manipular, para dividir y producir desesperanza. Sostienen que los venezolanos estamos tan vulnerables, que somos proclives a creer cualquier acusación, por estrafalaria que fuese. Somos manipulables.
La “vociferante minoría”, siguen los firmantes de la carta, usan la libertad de expresión como excusa. Sin embargo, reconocen y dan la bienvenida al “debate vigoroso” y al indispensable “control ciudadano sobre los gobernantes”. Eso es un contrasentido.
Nada más irracional que la ambigüedad. Celebrar el debate y al mismo tiempo censurar con insultos a los críticos resulta excluyente. Una acción anula a la otra. Se trata del muy viejo recurso del totalitarismo: reprimir el abuso de la libertad de expresión, ponerle límites.
Pero la libertad sólo tiene un límite: la transgresión de la libertad, su ausencia misma. O se acepta plenamente la libertad de expresión o se opta por la censura, por más selecta que esta sea. El ‘esto se puede decir, pero aquello no’ no es libertad. Es censura. E ignorar es también una forma de censura
Quienes argumentamos críticas a Juan Guaidó lo hacemos en el pleno ejercicio de nuestra ciudadanía. Una gran cantidad de preguntas sin contestar pesan aún. Y a medida que ni se responden ni se atienden a las críticas, en esa medida aumenta la opacidad y la desconfianza. La confianza es función de la transparencia. Los dirigentes, como personajes públicos de relevancia están más que nadie obligados a transparentarse. Dar el ejemplo. Enfrentar el “debate vigoroso”. Evadirlo es de políticos mediocres o de corruptos o de ambos inclusive.
Nuestras críticas se basan en los pésimos resultados de las acciones de la oposición representada en Juan Guaidó. Porque tenemos derecho a reclamar un mejor desempeño. Se juegan vidas humanas. Cada día que Guaidó recorre el país, en esa especie de campaña electoral, muere gente asesinada, de hambre o por falta de atención y medicamentos oportunos.
Los pésimos resultados están a la vista. Una serie de errores y fracasos evidentes, aún sin respuestas, sin sus respectivos “debates vigorosos”: “Plan país”, ayuda humanitaria, plataforma de voluntarios, conspiración con Padrino López y Mikel Moreno, negociaciones secretas con el régimen. Ninguna de estas estrategias han resultado, hasta ahora. Sabemos que tienen derecho a cometer errores, como todos. Pero estos fracasos cometidos no son simples errores de cálculos. Son errores muy gruesos, como el del 30 de abril, por ejemplo. Lejos de aliviarse la situación del país, por el contrario, todo ha empeorado. Hay más represión, más crímenes, más torturas, más sufrimiento y más insultos. Escuchen, por favor.
Nos urgen respuestas. Las exigimos. Pero sólo recibimos dos cosas: o nos insultan o nos ignoran. ¿Cuándo es un “debate vigoroso”? ¿Cuándo no lo es? ¿Quién decide la validez de una crítica? ¿Quién declara una falsedad? Estas son las preguntas que me hago al leer la decepcionante carta, algunos de cuyos periodistas firmantes piden, quién lo hubiera creído, pura y simple censura. ¡Cállate!, no tienes otra opción, es lo que piden.
Ya lleva un tiempo aplicándose el mismo argumento: criticar es debilitar y favorecer al enemigo. Es el estribillo ideológico de la censura. Lo aplica el régimen: “Aquí no se habla mal de Chávez”. Y lo imitan los opositores: Aquí no se habla mal de Guaidó
Son idénticas y perversas formas de totalitarismo. De los chavistas, no me extrañan. De algunos dirigentes y militantes de partidos opositores, tampoco. ¿Pero de los intelectuales que dicen defender la libertad y la democracia? De ellos, no me lo esperaba.
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Me siento parte de esa ruidosa y “vociferante minoría”. Me han mezclado con supuestos “adversarios y rivales políticos” personales de Guaidó. Me califican como parte de los “charlatanes”, de los “guerreros del teclado”. Formo parte de los especialistas en “denunciar conspiraciones inexistentes”, que expresan oscuras y “repugnantes motivaciones que resultan falsas”, con base en “opciones ilusorias” con las que manipulamos a la gente. Todos estos entre-comillados son insultos, ofensas. No son argumentos ni razones.
No sé si están conscientes de que, lejos de ayudar a Juan Guaidó, lo están hundiendo. Le tienden un irracional culto a su persona. No han pensado que criticar a Guaidó es la mejor manera de presionar para que se revise, para que evalúe su desempeño, para que responda las dudas. Para que rectifique. Censurarnos, insultarnos, ofendernos… Esa sí que es la peor manera.
La censura voluntaria, la fe ciega que piden ustedes, estimadas personalidades firmantes, son absurdas de pedir como imposibles de conceder. Ante tan errático y opaco desempeño de nuestra dirigencia opositora, lo que más se necesita es crítica, “debate vigoroso”, demanda de transparencia, sinceridad.
Sabemos que no podemos estar de acuerdo en todo. Eso es tan imposible como indeseable. Pero ¿No tenemos derecho a conocer los límites en las negociaciones con el régimen? ¿Por ejemplo, no podemos establecer el cese inmediato a esa barbarie de la tortura, como condición mínima, no-negociable, para aceptar sentarnos en una negociación con el régimen?
Esa carta es inútil. Los insultos no funcionan. No vamos a renunciar a la libertad de expresarnos. Las ofensas no nos amilanan. Seguiremos criticando porque somos demócratas. Combatimos las ideologías totalitarias, aunque se vistan de intelectuales
Prof. ININCO-UCV