Correlación espuria, por Carolina Gómez-Ávila
Parece que los vehículos japoneses deprimen hasta provocar suicidios. Al menos, eso puede creer un desprevenido al ver el gráfico que va con estas líneas. ¡Pero son cifras ciertas!
Las presentó Tyler Vigen -un joven analista de inteligencia militar y estudiante de Derecho de Harvard- a través de un software de análisis de datos creado para encontrar las correlaciones estadísticas menos probables. Correlaciones espurias, es el nombre que recibe ese fenómeno en la ciencia del cuento y recuento numérico. Un verdadero divertimento para los amigos de los guarismos y las teorías de la conspiración. Y una llamada de atención para todos.
Por definición, las correlaciones espurias son las que se establecen entre dos factores que no tienen relación alguna o que la tienen, pero a través de un tercer factor que no ha sido descubierto o que se ha ocultado intencionalmente y al que se suele llamar “factor de confusión” o “variable escondida”, según sea el caso
En el mundo de la retórica, el equivalente es la falacia cum hoc ergo propter hoc. El latinajo se traduce como «con esto, por tanto a causa de esto» y es un engaño porque hace creer que si dos eventos se dan más o menos juntos en el tiempo, es porque están conectados uno como causa del otro.
Ahora sí. Hablemos de las sanciones.
La comunidad internacional ha aplicado sanciones de dos tipos: a individuos y al Estado. Todas ellas después de la debacle económica y, si me apuran un poco, creo que el abastecimiento de ciertos alimentos mejoró a continuación de algunas de ellas. Pero establecer que esa mejoría es consecuencia de las sanciones es una correlación tan espuria como establecer que las sanciones producen o agravan nuestra catástrofe.
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Más: la correlación espuria que se detecta en el pasado podría proyectarse a futuro. De levantarse las sanciones, ¿habrá algún tipo de mejoría en las condiciones de vida de la población? Eso dependerá de quien administre los recursos, ahí el factor de confusión. Para aclararlo, el resumen impecable del español Josep Borrell: “el señor Maduro, nos guste o no nos guste, tiene el control del ejército, de la administración y del territorio”. Listo. El problema se resuelve quitándole la administración, lo que equivale al “cese de la usurpación”; ahí la variable escondida: el poder.
A fin de seguir ocultando lo medular, se introduce en el debate público el “Programa Petróleo por Alimentos”, que en Irak demostró ser incapaz de sacar del poder a Saddam Hussein, que no sirvió para evitar una invasión militar extranjera y que fue absolutamente inútil para aliviar el hambre del pueblo pero que sí fue exitosísimo para generar el mayor caso conocido de corrupción entre las empresas petroleras y la Organización de las Naciones Unidas. Toda una trampa saducea en favor de la continuidad de quienes actualmente tienen el poder.
Evaluar la efectividad de las sanciones a través de la calidad de vida de la población es un error. Ninguna correlación entre ambas circunstancias implicaría causalidad. Las sanciones no están para eso ni surgieron por eso; están para producir un cambio en el poder, para forzar al estamento que lo detenta a retornar a la democracia.
Sus altos costos para la población eran sabidos, por algo la coalición democrática pidió resistencia. Prefiramos las individuales, sí; pero de levantarse cualquier sanción ya impuesta, se estaría debilitando la presión necesaria para producir una verdadera solución: elecciones libres y justas, tal como están definidas internacionalmente.