Emilio Lovera, por Laureano Márquez
Conozco a Emilio Lovera desde mis inicios en Radio Rochela, allá por el año 1987. Más que amigos y compañeros de trabajo, somos hermanos, nos tenemos cariño y confianza. Hemos sido socios en diversas actividades humorísticas que no nos han vuelto millonarios –como mereceríamos serlo–, pero que nos han dado la inmensa alegría de dar alegría a nuestro prójimo y también de hacerle pensar un poquito. Aunque suene un poco alabancioso, cuando nos reunimos en el escenario se produce una mágica combinación de dos estilos de humor que –juntos– hacen un tercero, que es nuestro sello como pareja de humor.
Desde que conozco a Emilio, hace más de treinta años no le he visto hacer otra cosa que trabajar honestamente en los escenarios, llevar una vida modesta y decente, comportarse como ciudadano ejemplar. Ha metido la mano para ayudar a todas las causas y personas que ha podido, sin hacer alarde de ello. Como hombre del espectáculo, ha hecho lo posible por dignificar la profesión del humorismo en el país, propiciando el respeto por los artistas.
Es pionero en esto de hacer del humor un trabajo serio y tratado con justicia. En este transitar, ha ayudado a muchos compañeros a lo largo de su vida –entre ellos a este servidor de Internet– y lo ha hecho con generosidad, sin ese temor que suelen tener algunos artistas de que otros brillen y les desplacen. Se goza con el talento de sus compañeros y con su éxito, les da ideas y les anima. Cuando le han confiado espacios para la comedia, ha involucrado a nuevos comediantes, algunos le han pagado de mala manera, como aquel que le robó un terrenito en Mérida.
En fin, conozco la vida de Emilio desde las durezas de su infancia. He visto su evolución, su progreso, que, aunque ha sido meteórico en talento, ha sido modesto, gradual y lleno de complicaciones y altibajos en lo material. Este último año ha sido especialmente duro para él, por las razones que ya él ha explicado suficientemente.
No ha podido trabajar y por tanto no ha tenido ingresos que declarar. Esta semana el organismo tributario ha suspendido los espectáculos con los que volvía a los escenarios y a su único “modus vivendi”: el del humor.
Emilio Lovera, quien suscribe, muchos periodistas y personas incómodas para el régimen por sus opiniones, hemos sido declarados contribuyentes especiales desde hace muchísimos años, desde los tiempos del intergaláctico. Dice el dicho: “cree el ladrón que todos son de su condición”. Como esta gente piensa que el dinero es lo más importante para nosotros, están convencidos de que nos amedrentarán y silenciarán con la amenaza tributaria. No lo han logrado a pesar de múltiples investigaciones y multas a las que hemos sobrevivido y seguiremos sobreviviendo.
En Venezuela aún hay muchas personas trabajando digna y decentemente. Ser honesto en nuestra tierra te coloca en situación de minusvalía. Serás castigado y perseguido por ello. A pesar de lo cual, hay que seguir insistiendo para que algún día en nuestra tierra el esfuerzo, el talento y la probidad desplacen el “vivamos, callemos y aprovechemos” del que hablaba Picón Salas y sean tenidos como un valor y no como un defecto que te convierte en pendejo.
Por lo demás, nada de raro tiene que en un país regido por choros, el mal ejemplo de un trabajador decente sea sancionado. En honor a la verdad, hay persecuciones que reconfortan.
Llama la atención que esta misma semana una investigación de un diario español habla de la sociedad de la primera familia del país con la explotación delincuencial –y destructora del frágil equilibrio ecológico– del oro en el llamado arco minero, un espectáculo nada divertido al que –curiosamente– nadie se atreve a poner fin