Dejar la escuela «para ser alguien en la vida» (IV)
La deserción escolar se cuenta silenciosamente en cada año escolar con cada pupitre que queda vacío porque un estudiante no regresa o ni siquiera culmina. Pero más allá de los números, abandonar la escuela es una historia inconclusa que le resta oportunidades a un joven, a un niño, a una niña. Esta es la historia de Maicor, un colector de autobuses de 15 años
Gabriela Rojas y Roison Figuera
“Para ser alguien en la vida”, esa era la frase que nos repetía mi mamá, a mí y a mis cuatro hermanos mayores. Para todo, la respuesta de mi mamá era: “Hay que estudiar para ser alguien en la vida”. Pero cuando estaba en el liceo el día se me iba pensando en otras cosas que no tenían que ver con las tareas. A cada rato me preguntaba: “¿Y hoy qué voy a comer?”. Ya ni me acordaba de ¿qué voy a estudiar? porque estaba ocupado en ayudar a resolver la comida de la casa. Y de pensar, de eso no me daba mucho tiempo porque si uno no puede comer ¿puede ser alguien en la vida?.
Mi nombre es Maicor Salazar y tengo 15 años. Ya no me siento en las últimas filas del salón de clases porque ahora voy sentado de primero en el puesto de copiloto de un autobús que cubre la ruta Mare-10 de Marzo, en el estado Vargas (o La Guaira, como lo llama ahora el gobierno). Trabajo como colector y ya no me levanto temprano para ir al liceo, ahora madrugo para poder hacer la primera vuelta en el autobús blanco con naranja de 24 puestos, en el que voy montado desde las 5 de la mañana. Aquí paso todo el día hasta después de las 8 de la noche. Estos asientos me sirven de comedor y a veces para echar una dormidita.
*Lea también: ¿Y el PAE? No vino hoy (I)
Soy el menor de cinco hermanos. El mayor pudo terminar el liceo hace más de quince años, pero el segundo y tercero lo abandonaron porque se hicieron padres rápido. Mi hermana, tres años mayor que yo, pudo sacar el bachillerato porque cuando la situación se puso más difícil para mi mamá, ya ella estaba en el último año y no le faltaba mucho. Pero también tuvo que trabajar, porque si no contara la misma historia que yo.
Dejar el liceo no fue mi primera opción. Yo quería seguir estudiando y por eso empecé a cuadrar con los choferes cuando tenía días libres y les pedía que me dejaran trabajar, pero lo que lograba ganar no era suficiente para resolver las necesidades que había en la casa. Fue el año escolar pasado (2018-2019) cuando decidí dejar de ir por completo al liceo. Ya me tocaba mi camisa beige porque hubiese pasado a cuarto año.
La situación impedía que me comprara los cuadernos y mis cosas, y los uniformes de años anteriores ya no daban para más. Hubo un momento en el que mi mamá tenía que decidir si compraba lápices o guardaba para comprar un arroz o un kilo de carne.
La esperanza de comer en la escuela se acabó mientras avanzaba el año. No habían terminado las clases cuando el beneficio de la comida solo alcanzaba para un grupo de los que estábamos en el liceo, ubicado en Mare, una zona en la que además de la falta de comida, tener los profesores de cada materia se convirtió en pura suerte.
*Lea también: “Mi mamá me abandonó” (II)
Muchas veces me pasa que veo a la gente uniformada y quiero regresar al bachillerato, pero la necesidad tiene cara de perro ¿Cómo hace uno cuando los padres no tienen para darte lo que necesitas? Por eso le dije a mi mamá, Belkys Perdomo, que ya no iba a seguir yendo a clase y que me iba a poner a trabajar.
Ella quería que yo siguiera. “Hay que ser alguien en la vida o te vas a quedar como muchos: en la mala vida o metido en las precariedades”. Pero es madre soltera y hubo un momento en el que no pudo más. «No tengo quién me dé, desde hace años se ha puesto peor la situación», dice y se lamenta de que la educación sea “casi que un lujo para nosotros».
Aprendí a la fuerza que a veces toca trabajar y no se puede estar pensando mucho. No soy el único: todos mis compañeros colectores de la línea tienen mi misma edad y somos los que acompañamos a los choferes en el ir y venir de la ruta del autobús hasta que son casi las 9 de la noche y nos vamos a la casa.
A veces me quedo pensando si estudiaré otra vez. Yo quiero ser policía y sé que tengo que regresar al bachillerato. Pero pasan los días, ¿y cómo hago? Tengo que trabajar y llevar plata a mi casa.
Mi mamá hizo lo que pudo para darle estudios a mis cuatro hermanos. Eso era lo único que tenía para darnos, pero yo soy el último y la situación no ayuda. Mi mamá no lo dice, pero yo sé que ella estaba en contra de que yo dejara la escuela para ponerme a trabajar. Pero la verdad es que ella no puede sola. No nos alcanza, así que trato de no pensar en eso y todos los días me levanto antes de las 5 de la mañana y me monto en el autobús a trabajar.
Puede ser que algún día vuelva al liceo, pero ahora no puedo estar sentado en un pupitre, lo que necesitamos es llevar comida a la casa y esta vez me tocó a mi.
*Lea también: El Ipasme ya no asiste a nadie (III)