La noche quedará atrás, por Américo Martín
Los partidos políticos son eso, políticos, no ideológicos
Fue mi respuesta a ciertos críticos que en nombre de la lealtad ideológica me increparon por alguna inconsecuencia revolucionaria cuyo tenor he olvidado. La racionalidad, el conocimiento, la verdad de los hechos, la lógica, el sentido común, que son auxiliares del hacer político, se intimidaban al tropezarse con la ideología marxista y leninista, que fue concebida desde mediados del siglo XIX por un implacable pensador alemán nacido en Tréveris (1818) y desarrollada en lo fundamental en el XX por un obsesivo ruso oriundo de Simbirsk (1870) Durante el siglo XX el marxismo dominó el escenario. Más de la cuarta parte del mundo soportó la dictadura de partidos de esa índole. No obstante todos fracasaron.
Cito un manido proverbio inglés: “la prueba del biscocho se hace comiéndolo”. Si así fuera, el naufragio mundial del socialismo marxista habría sido el mal biscocho que lo descalifica. Corrientes menos pretensiosas van y vienen sin soportar destinos tan catastróficos.
Lenin había clamado que “el marxismo es omnipotente por ser verdadero”. Se equivocó, no lo es, la realidad viva lo probó.
La democracia, en cambio, es según Norberto Bobbio un sistema de reglas lógicas, flexibles, amplias, basadas en la libertad, la creatividad, el pluralismo, el estado de derecho. No caben en ella las úlceras morbosas del pensamiento único. No hay totalitarismo que no sea sombra pasajera por mucho que se pavonee y agite en la escena. Después de dos décadas de socialismo-siglo XXI, con el país en escombros y el hambre rampante, no se ve cómo el desolador vacío que dejará pueda ser ocupado por tradicionales dictaduras miliares o jactanciosos colectivismos de confusa ideología.
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Uno de los resultados más auspiciosos del intenso proceso vivido por los venezolanos es la eficaz solidaridad internacional que ha despertado; el respaldo sin retaceos brindado al eje Guaidó-Asamblea Nacional y la incapacidad de la cúpula del poder en punto a su perpetuación. La solidaridad del mundo ha desbordado lo puramente declarativo. Su activismo casi militante convive sin problemas con la Autodeterminación y la No intervención, emblemas de la 2da Guerra Mundial y de la descolonización.
Conservan valor, claro está, pero bajo la primacía de la defensa de los DDHH, cuya expansión universal la coloca por sobre las Constituciones de los Estados. La razón es sencilla: no entra en la cabeza de las sociedades civilizadas que autócratas inclinados a oprimir a sus propios pueblos, invoquen aquellos generosos principios para impedir que la solidaridad mundial se ponga del lado de los perseguidos, como exhibe la oscura tragedia de la que saldremos bien y en fecha cercana.
Los cimientos de la construcción de Venezuela están a la vista. Todas las ideas de transición hacia la democracia, el progreso y la prosperidad, admiten el lugar principalísimo del liderazgo presidencial de Juan Guaidó y de la Asamblea Nacional. Y en la medida en que tales certezas se consolidan pierden fuerza las absurdas campañas para debilitar lo que la realidad y la lucha venezolana han levantado.
Las sanciones dictadas por EEUU y la Unión Europea, no por Guaidó-AN, tienden a ser acogidas porque su potencial disuasivo y favorable al voto libre y viable es evidente. En fin, crece la audiencia del cambio democrático.
Con intensa satisfacción y esperanza quizá muy pronto los venezolanos y sus solidarios amigos a lo largo del planeta, puedan hacer suyo el título de la desgarradora novela de Jan Valtin y decir con él: La noche quedo atrás.