“Nuestro planeta”, por Laureano Márquez
Es el título en español de una serie documental de “National Geographic” (“One strange rock”, en inglés), cuyo anfitrión es celebérrimo actor Will Smith. No podía ser de otra manera, si alguien tiene experiencia en esto de ver la Tierra en el contexto de las galaxias que la circundan es Mr. Smith, que ha perseguido desde hace tiempo a esos extraterrestres malandros, que son unas despreciables cucarachas (el mundo de los insectos se encuentra siempre desprotegido de nuestros afectos y son quizá los únicos seres vivos que pueden ser humillados sin consecuencias, sin que nadie se indigne. No hay, que uno sepa, un “comité de defensa de las cucarachas”. Muy por el contrario, en el supermercado, compramos gustosos venenos en spray para su exterminio).
En la serie, ocho astronautas nos cuentan cómo vieron a la Tierra desde el espacio y a partir de allí se construye un increíble relato de la manera como se formó nuestro planeta y la vida en él. Al parecer no fue fácil, una serie de coincidencias afortunadas se dieron en esta misteriosa roca que es la Tierra, para que la vida fuese en ella posible: la existencia de agua, por ejemplo, ese “vital liquido” que uno usa, a veces, sin mucha conciencia del tesoro que representa; la configuración de una capa de atmósfera que envuelve el planeta y le protege de agresiones, repleta del oxígeno indispensable para la vida; el impacto de agentes exógenos (como meteoritos) y endógenos (como fabulosas erupciones volcánicas) que cambiaron nuestro destino.
En fin, la Tierra, esta Tierra que destruimos hoy, es fruto de la paciencia de siglos. Aunque nosotros vivamos acelerados, el planeta se tomó su tiempo, tiene sus maneras. Sobre él un tipo particular de ser vivo apareció: el “homo sapiens”, que curiosamente significa “hombre sabio”. Es decir, un ser pensante, capaz de aprender y de comunicarse, consciente de su existencia y con una capacidad de inventar “homo faber”, que transformó al planeta y a sí mismo, para bien y para mal.
Trae uno esto a colación, porque vista desde el espacio, la Tierra es la casa de todos, así la percibieron los astronautas. Desde arriba no se distinguen religiones, ni pulsiones políticas, el millonario y el pobre lucen del mismo microscópico tamaño e igual de efímeros. Visto desde fuera, nuestro planeta, puede ser contemplado en un sentido distinto, “sub specie aeternitatis”, que diría Baruch de Spinoza.
Creo que esto es lo que nos hace falta a los seres humanos de este tiempo, darnos una miradita desde el punto de vista de la eternidad, para evitar las infinitas pequeñeces que nos destruyen de múltiples maneras.
Al humilde entender de quien esto escribe, que no es físico ni astrónomo, algunas formas de destrucción son inevitables: tenemos que bañarnos y es aconsejable que sea diariamente y con cambio –al menos– de ropa interior, vehículos, transporte, casa cómoda, calefacción, comunicaciones modernas, etc., son necesarias e indispensables, parte de nuestro avance es haberlas conquistado, porque tampoco es que, para salvar el planeta nos vamos a dejar morir.
Esta extraña roca existe porque está en la cabeza de los seres humanos y si los seres humanos se acaban, ya no habrá planeta. Por eso, tenemos que tenerlo claro: a la hora de salvar algo, lo primero que tenemos que salvar es a los seres humanos.
El planeta tiene una destrucción de uso, por nuestra existencia como animales sabios, sin embargo, la vamos atenuando con energías alternativas y racionalización de la vida, pero la que si no se atenúa y crece exponencialmente convirtiéndose en la más inquietante y dañina de las destrucciones, es la que hacemos en función de nuestra ambición de poder económico y político: dos guerras mundiales, bombas atómicas, exterminio masivo de otros homos tan sapiens como los exterminadores, legítimas protestas que por el aumento del precio del transporte que terminan destruyendo el servicio de transporte que pretendían abaratar, nacionalismos separatistas que incendian lo que quieren salvar, diversas formas de terrorismo, dan cuenta de ello.
Hay muchas razones para pensar que el “homo sapiens” se está convirtiendo en los últimos tiempos (hablo especialmente de los últimos cien años) en un “homo imbecilis”. Nosotros los venezolanos podemos hablar con propiedad de ello, llevamos al “homo imbecilis” al poder y le entregamos un “kit destructivo de naciones” marca “ACME”.
Huir del planeta no está fácil. No tenemos otra opción que salvarlo (es decir salvarnos, salvar la vida toda) mientras algún meteorito, cuya trayectoria aún desconocemos, prepara nuestro final desde el fondo del espacio. Para salvar a la humanidad toda de los múltiples meteoritos en que nosotros mismos nos hemos convertido, hay un solo camino: hacer honor al título de “homo sapiens” con que nos hemos autonombrado. Así que, ¡a estudiar filosofía todo el mundo!, que los libros no muerden.