La lección de Bello: educación para la civilidad, por Gioconda Cunto de San Blas
Dedicado a los estudiantes universitarios en su día, 21 de noviembre
La obra, pintada hacia 1930, es de Tito Salas y se exhibe en la casa natal del Libertador. Me refiero a “La lección de Andrés Bello a Simón Bolívar”, un cuadro que representa a Simón a sus 14 años, poco antes de ingresar en 1797 al Batallón de Milicias de Blancos de los Valles de Aragua, tomando lecciones del precoz Andrés Bello, apenas dos años mayor. Los rostros lucen adustos, en oposición a los adolescentes que representan. En alegoría a la luz del conocimiento, la luminosidad del valle como fondo del acto docente entre Bello y su alumno contrasta con la esquina sombría desde la cual el capuchino Fray Francisco de Andújar, fundador de una cátedra de Matemáticas en Caracas, observa la escena, quizás en plan de vigilante severo de las normas inquisitoriales de entonces en torno al saber y su trasmisión.
Es ese un Bolívar preparándose intelectualmente, en un ambiente de paz, abstracción y estudio ajeno al Bolívar adulto guerrero o a las convulsiones que sufrirá la sociedad venezolana en pos de su independencia.
Al decir de Mariano Nava Contreras, “ ‘La lección de Andrés Bello…’ […] nos habla de otra Venezuela, de otra manera de entender la historia y la vida. Nos habla de miles de personas que cada mañana, sin mucho grito ni aspaviento, salen a estudiar y a prepararse para un día ser útiles a su tierra [… porque] no hacen falta uniformes ni armas para escribir la historia […]; los verdaderos cambios solo se dan cuando hay mucho estudio y reflexión”.
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La violencia que años más tarde se desató en Venezuela involucró una y otra vez a la juventud ansiosa de un futuro digno, dispuesta a luchar por conseguirlo en las aulas y en las calles. Ya en 1812, el triunfo republicano en la batalla de La Victoria se selló con la sangre de muchos jóvenes imberbes, pertenecientes a un escuadrón formado por cientos de estudiantes y seminaristas de Caracas reclutados para la ocasión. De allí que el 12 de febrero, aniversario de dicha victoria, se celebre el Día de la Juventud, en honor a los jóvenes participantes en esa proeza.
A esta han seguido muchas intervenciones de la juventud venezolana, empeñada en luchar por un destino mejor, por ese porvenir de libertad, democracia y progreso que parece siempre esquivo. Terminada la guerra de independencia, tocó el turno a la guerra federal en la que las tropas de Ezequiel Zamora se enfrentaron a la juventud estudiosa al grito de “¡Mueran los que sepan leer y escribir!” llenando de espanto y sangre la tierra venezolana. Bajo diversos gobiernos a lo largo de los siglos XIX y XX, la juventud pagó cuotas en sangre y cárceles.
Hasta llegar al 21 de noviembre de 1957 cuando las pretensiones reeleccionistas del dictador Marcos Pérez Jiménez fueron enfrentadas por estudiantes de liceos caraqueños, con la conducción de la clandestina Junta Patriótica, a los que se sumaron las Universidades Central de Venezuela y Católica Andrés Bello con una huelga que, extendida a otras universidades, fue reprimida brutalmente por las fuerzas del régimen. Fue cuestión de semanas a partir de entonces, para que la dictadura cayera y una era democrática se abriera paso. Desde entonces, el 21 de noviembre se celebra el día del estudiante universitario en recuerdo de aquella gesta.
Hoy la fecha cobra nueva significación. En medio de una dictadura más, los jóvenes vuelven a las calles a luchar por su futuro, a “construir ese país que no vivimos”, esta vez en un contexto económico y social tan depauperado que muchos de ellos han huido hacia destinos diversos, en búsqueda de ese porvenir que su patria les niega. De nuevo, son muchos los muertos, heridos, encarcelados, torturados. Y de nuevo, jóvenes inspirados en el espíritu de la batalla de La Victoria y de la huelga de 1957, rebeldes a la sordina de los cementerios y las prisiones, reaparecen dispuestos a luchar las veces que haga falta por el rescate de la libertad y la democracia que perdimos por no valorarlas.
En momentos históricos, los estudiantes han sabido actuar en unidad, dejando de lado sus particulares visiones. En 1957 y luego en 2015, los líderes políticos perseguidos por las dictaduras, en la cárcel o el exilio, también estuvieron a la altura de las circunstancias unitarias y electorales del momento, a pesar de sus diferencias.
Allí hay una lección de generosidad, entrega y claridad de objetivos que los estudiantes y la historia ofrecen a quienes quieran ser vistos hoy como líderes de una transición hacia la democracia.