Indiferencia, por Gisela Ortega
Mail: [email protected]
Vivir es un modo de existir de los seres organizados. La vida se comunica. Para algunos, es dejarse ir, sin reacción, ni toma de conciencia; no interesarse por nada ni nadie, ausentarse de todo y de todos, de los problemas, de las gentes, es volverse desatento al mundo que nos rodea con una total indiferencia. La indiferencia es un sentimiento que se caracteriza por no ser ni positivo ni negativo.
Es el estado de ánimo en que no se sienten ni entusiasmos, ni enojos, ni amor ni odio, ni repugnancia hacia una persona u objeto, conduce a la insensibilidad, a la anestesia afectiva, la frialdad emocional y el insano despego psíquico.
Es no atender las urgencias vitales, los graves e ineludibles asuntos cuya atención el mundo exige y la conciencia reclama imperiosamente. Es no conmoverse, el volver una existencia que podría ser plena, en vida decadente, mermada que deja pasar los instantes. Es negación, negatividad.
Los antiguos estoicos caracterizaban la actitud del sabio por la indiferencia de lo que no es bueno o virtuoso. La indiferencia producía en el orden afectivo la apatía y la ataraxia. Pirrón, filoso griego de la Antigüedad, proclamaba la indiferencia absoluta como único camino para conseguir la felicidad.
Es común que cuando una persona quiera castigar a otra por alguna actitud que le molestó, en vez de discutir opte por asumir ningún tipo de emoción para con el otro que le provocó el daño, es lo que se conoce popularmente como “matar con indiferencia,” que señala que la mejor respuesta ante alguien que nos lastimó será ignorarlo.
Hay una creencia general que señala que la indiferencia es una de las mejores terapias para aquellas personalidades que gustan o disfrutan de someter a otros a situaciones ridículas, difíciles, peligrosas o indignas.
Pero no siempre la indiferencia es negativa. También es un mecanismo de defensa al que nos agarramos para no sufrir continuas decepciones, antes las vicisitudes de la vida. “Mantenernos al margen” o “no esperar nada de nada ni de nadie”, es una manera de protegernos.
La indiferencia comprende la apatía, que es el eterno indiferente impasible de ánimo, falto de vigor o energía. El cínico se muestra indiferente ante la rectitud y sinceridad: no cree en ellas. El desapasionado ha quitado el interés o la pasión que tenía a una persona o cosa, quedando entonces en pura indiferencia.
*Lea también: Maradona, por Fernando Rodríguez
Descuidada, es la persona que no presta cuidado o la atención debida. Displicente equivale a falto de interés, entusiasmo o afecto. El estoico se presenta indiferente ante el placer o el dolor y tiene gran entereza ante la desgracia. Fría es la persona serena, que no se inmuta fácilmente, falta de pasión y sensibilidad.
Imparcial es sinónimo de independiente que no se adhiere a ningún partido, o no entra en ninguna parcialidad. El indolente no se conmueve por nada y ante nada: sangre fría. El insensible no siente las cosas que causan dolor o mueven a lástima. Neutral es la persona que no tiene partido; también, muchas veces, a la hora de dar una opinión, decir esto o lo otro se muestra indiferente, es decir, no responde.
Se hace más común en nuestro medio el tipo humano indiferente cuya apatía configura esa indiferencia adoptada ya como sistema, el temor latente a tener que pronunciarse, a asumir responsabilidades y reaccionar.
Existe una indiferencia del gobierno ante una opinión pública que clama porque se dé frente y la solución adecuada a múltiples asuntos: el caos administrativo, a la corrupción, y el problema de la inseguridad. Una incomprensible indiferencia frente a realidades ante las cuales no cabe la indiferencia.
También hay una tolerancia pública ante la indiferencia oficial, que puede confundir con complacencia lo que quizá obedece a impotencia.
Hay la indiferencia que demuestran algunos ante nuestros problemas y el contrastante interés ante problemas ajenos que no les incumben.
Hay indiferencias culpables, culposas, e inconsciente. Hay una indiferencia producto de la desilusión, la impotencia y hay a quienes les interesa que sea crecido el número de indiferentes. Existe, también, una indiferencia cómoda, egoísta, conveniente.
Al referirse a la indiferencia, William Shakespeare afirmaba: “El peor pecado hacia nuestros semejantes no es odiarlos, sino tratarlos con indiferencia, esto es la esencia de la humanidad”
Oscar Wilde, dijo: “Que hablen de uno es espantoso. Pero hay algo peor y es que no hablen.
Un ejemplo histórico de indiferencia extrema fue la que evidenció María Antonieta de Austria, —1755-1793—, reina de Francia, cuando le informaron que el pueblo se estaba muriendo de hambre porque no había pan. Sin pensarlo mucho dijo que si no había pan que comieran pasteles. Qu’ils mangent brioche… Quizás no lo dijo, pero lo cierto es que su actitud fue de una indiferencia suprema. Una indiferencia que mata y que ciertamente determinó su muerte.
No obstante, en este mundo de indiferentes hay quienes no queremos ni nos conformamos con serlo.
Gisela Ortega es Periodista.
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo