Intervención humanitaria, por Américo Martín
No es que el mundo, carente de noticias, se haya volcado sobre Venezuela en busca de ellas. No es una aburrida ociosidad la que ha levantado el interés general hacia el zafarrancho tropical latinoamericano. Lo que está ocurriendo en esta parte del planeta, básica pero no exclusivamente en Venezuela, tiene un enorme significado histórico. Por lo demás el mundo sigue tan agitado como siempre. Ejemplo al azar, la negociación que envuelve a la península coreana. Los altibajos de la cumbre Trump-Kim alcanzan justificadamente un muy alto nivel de atención, pero la tragedia venezolana no cede su asiento en la gran batalla por la opinión pública.
La OEA acaba de demostrarlo en una decisión que por esperada no deja de ser extremadamente importante. El rechazo a la elección del 20 de mayo pone de manifiesto varios notables hechos. Trataré de numerarlos.
1) La oposición democrática ganó claramente la batalla de la opinión, sin la cual el cambio de gobierno sería virtualmente imposible. Para tener éxito en esa peculiar batalla hay que seleccionar con precisión el objetivo, usar un estilo persuasivo y razonado, libre de insultos y exageraciones y centrado en el objetivo, sin dispersiones ni “fuego amigo”.
2) Aunque no se avanzó notablemente en el cese de la pugna de las rivalidades y ansiosos liderazgos, cuando menos –y ahí fue decisiva la ayuda internacional- se abandonó la tentación de imponerle a Venezuela tal o cual líder específico, lo que sellaría la división opositora. Buena forma de inmolarse.
3) Llegó al cenit el aislamiento madurista. El impetuoso movimiento fundado por Chávez reunió personalidades de América, se codeó con líderes de muchas naciones. En Latinoamérica fundó organizaciones, la más ambiciosa, la ALBA, cuyo destino era eliminar la OEA en aras de una alianza regional sin EEUU y Canadá. ¿Quién se acuerda de la ALBA? Los mismos que le temen: nadie. Dos de sus pivotes, Ecuador y Nicaragua se abstuvieron. En el Manifiesto del Dadaísmo, Tristán Tsara proclamó: “hay que barrer con todo, dejar todo limpio”.
Barrida y limpia quedó sin duda la favorita de Chávez y de Maduro, en cuyas manos murió
4) El socialismo siglo XXI pasa también a mejor vida. Estaba feneciendo de hecho, pero el feroz aislamiento de su albacea demuestra que también lo hizo en dos sentidos más: de derecho y de la memoria. Algunos leales juran que “Chávez vive” pero lo que se percibe ¡y por segunda vez! es lo contrario. Latinoamérica va en marcha trepidante hacia modelos productivos libres de la coyunda estatista-populista, y rigurosamente democráticos.
5) Se decía que las solidaridades internacionales no pasaban de cortesías bien intencionadas. Se subrayaba que la presión económica contra dictaduras concluía atornillándolas. Pero lo que estalla en la OEA es una esplendorosa novedad. No hubo nunca en la historia de nuestro Hemisferio ni en la de Venezuela una ayuda tan universal, exitosa y decidida a no abandonar al pueblo en su desgracia. Los venezolanos hemos recibido un calor solidario que nunca olvidaremos. La OEA y la ONU, las organizaciones consagradas a defender los derechos humanos, armonizan la no intervención que cimentó la descolonización de posguerra, con la esfera preferente de los derechos del hombre.
Por sobre ciudadanos de países determinados pertenecemos al género humano. Tal condición prevalece sobre cualquier otra. Nadie puede arrebatar la libertad de su pueblo o matarlo de hambre al amparo de la no intervención. Es esa la suprema inspiración de la presión sin precedentes que explica la universal soledad de Nicolás Maduro.