Irak: la muerte del General, por Fernando Mires
«Se os ha prescrito que combatáis, aunque os disguste. Puede que os disguste algo que os conviene y améis algo que no os conviene. Alá sabe, mientras que vosotros no sabéis».
El Corán, Sura 2, versículo 216.
Sorpresiva pero no inexplicable. La muerte o ejecución u homicidio o asesinato -llámelo como usted quiera- del general iraní Quasem Soleimani (03.01.2020) tiene razones y por lo mismo, lógica. En su estilo estrafalario Donald Trump las reveló claramente. Dijo: “las agresiones del régimen iraní en la región, incluso el uso de combatientes para desestabilizar a sus vecinos, debe terminar y debe terminar ahora”.
Eso significa, en las palabras de Trump, que EE UU impedirá a Irán expandir su influencia más allá de sus fronteras geográficas. Lo aseguró el mismo Trump cuando expresó: “la muerte de Soleimani fue realizada para impedir una guerra no para iniciarla”. Sus portavoces Pompeo y Bolton confirmaron la palabra del presidente: “EEUU no quiere una guerra con Irán”, aseguraron. Y parece ser cierto.
Una guerra directa de los EE UU con una nación como Irán traería consigo consecuencias imprevisibles no solo en la región sino en el mundo entero.
Pero si tomamos en cuenta la también imprevisible forma de reaccionar de los líderes islámicos, empeñados en conservar y aumentar su honor frente a rivales regionales, una escalación del conflicto no está del todo descartada. Por motivos de menor envergadura tuvo lugar la Primera Guerra Mundial. De tal modo que si EE UU decidió correr el riesgo de una guerra es porque le interesa mucho impedir la expansión iraní en la zona. Lo corroboró Trump al enviar, inmediatamente después de la muerte de Soleimani, miles de soldados a Irak. Visto así, el atentado que costaría la vida al mítico general podría ser entendido desde dos puntos de vista: uno estratégico, el otro simbólico.
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Desde una perspectiva estratégica, el “generalicidio” -sin duda: un acto de guerra – fue una clara advertencia a Irán: “Ningún paso más hacia Irak”. Luego, la pregunta clave es: ¿por qué EE UU busca impedir por todos los medios que Irán tenga acceso a Irak? ¿No había declarado el mismo Trump pocos meses atrás que, de acuerdo a su neo-política aislacionista EE UU no se iba a enredar en guerras ni dinásticas ni tribales para proteger o atacar a regímenes corruptos a menos que ellos constituyan una amenaza directa para su país? ¿De qué manera podía amenazar Irán los intereses de EE UU?
¿O se trata de un directo apoyo a Israel? preguntarán algunos. En este punto hay que ser cuidadoso. Cierto es que Israel apoya y apoyará toda iniciativa de USA en contra de Irán. Sus objetivos son claros y precisos: a Israel, por razones de seguridad internacional le es fundamental conservar el monopolio atómico en la región y el rival mejor posicionado para cuestionar ese monopolio es Irán. Pero si así fuera, EE UU no habría retirado sus tropas el 06.10. 2019, manteniéndolas como amenaza disuasiva en la región, tendiendo un cerco protector en torno a sus aliados: Arabia Saudita e Israel.
Naturalmente, EE UU protegerá siempre a Israel, incluso a los sauditas, si se diera la ocasión. Pero este no era el caso. A diferencia de otros periodos, Irán había avanzado muy poco en su proyecto atómico. Tampoco su agresividad en contra de los aliados de USA había alcanzado niveles sobredimensionados. Las razones de la muerte de Soleiname hay que buscarla entonces por otros lados. Muchas de ellas yacen seguramente en la misma persona del general.
Para calibrar la importancia del general Soleimani basta decir que, así como el presidente Hassan Roani es el brazo político de la teocracia representada por Alí Jamenei, Soleimani era su brazo militar. Como tal gozaba de plena autonomía para diseñar la política militar de Irán en el exterior. Fogueado en la Guerra Irán -Irak, muy activo en Afganistán, estratega en la expulsión del ISIS en Siria, omnipresente en el Hezbolah de El Líbano, Jefe de la Guardia Revolucionaria en Irán, formador de un ejército de aguerridos chiitas irakíes e iraníes en Irak, Soleimani era la figura más visible del Irán militar. Su muerte, por lo tanto, debía adquirir el carácter de un descabezamiento simbólico del poder militar iraní. Un mensaje muy claro dirigido por Trump a la teocracia persa.
Por lo demás, Soleinami conocía el terreno que pisaba. Irak es un país en donde el 60% de la población sigue a la confesión chiita y solo un 37% a la sunita. Para los chiitas de Irak la dimensión religiosa se encuentra por sobre la política y, por lo mismo, la teocracia de Irán se encuentra sobre el poder político del propio gobierno de Irak. Soleimani compartía con toda seguridad esa misma visión.
Irak debe ser subordinado al poder religioso y, por lo mismo, anexado directa o indirectamente a Irán. De ahí que después del retiro de las tropas norteamericanas, de la derrota de las tropas sunitas del ISIS en Irak y Siria, y de la dimisión por corrupción del presidente Adel Abdul Mahdi (29. Xl. 2019), debe haber imaginado Soleimani que la hora de la anexión definitiva de Irak a Irán estaba por llegar. Motivos para pensar así no le faltaban. En Irak había (y hay) un inmenso vacío de poder, tanto militar como político.
¿Por qué se opuso EE UU a esa eventual anexión? ¿No habría significado la ocupación de Irak por Irán un paso hacia la estabilización de Irak donde rige a todas luces un “estado fallido”? ¿Y qué importaba a los EE UU si la influencia de Irán crecía a nivel geográfico más no económico ni tecnológico?
Hay probablemente dos razones que explican la decisión norteamericana de cerrar el paso a Irán. Una menor y otra mayor. La menor es que un Irak subordinado a Irán habría significado una amenaza potencial -solo potencial- para los otros tres grandes poderes de la región: Arabia Saudita, Israel y Turquía.
La segunda razón – y al parecer, más gravitante- es que el gobierno de Irán no está solo en el mundo. Por el contrario: forma parte de un eje geopolítico constituido por Irán – Siria y Rusia. Sí: Rusia. La nunca nombrada, la siempre activa Rusia de Vladimir Putin.
Razones de sobra hay entonces para suponer que el crecimiento de la influencia iraní en Irak habría favorecido enormemente a la hegemonía que Rusia busca insistentemente en la región.
Inteligente como es, Putin ha entendido perfectamente que más allá de cumplir su sueño – reconstruir la arquitectura del antiguo imperio soviético – una ampliación geopolítica del eje que conduce y domina, contribuiría a lograr el objetivo que más lo obsesiona: desestabilizar a Europa, comenzando por su periferia. Visto así, la decisión de Trump, la de poner una valla a la expansión iraní -en el fondo una expansión de la zona de influencia rusa – se explica perfectamente. Una operación relámpago, un cruel asesinato, pero también un descabezamiento simbólico a las pretensiones ruso– iraníes. Ese parece haber sido el propósito norteamericano al sacar del juego al poderoso general.
Sin duda, la muerte del general no es para los EE UU ninguna solución a largo plazo. El Medio Oriente continuará siendo escenario de horribles guerras, no cabe duda. Potencias que no sobrepasan política ni económicamente a las europeas del siglo XIX, pero con las armas del siglo XXI, serán convertidas en agentes de representación militar en el marco de una nueva Guerra Fría. Un anticipo ya lo estamos viendo en Libia.
En Libia se enfrentan dos ejércitos que siguen a dos generales: el general Fayez al Sarraj, reconocido por la ONU, la UE y apoyado directamente por los ejércitos turcos, y el general Halifa Hafter, apoyado por milicianos sirios y soldados rusos. ¿Un Vietnam islámico? Todo indica que así será. Pero dejemos ese tema para otra ocasión.
Lo cierto es que las tendencias históricas que actúan en Libia, si las miramos con atención, no son muy diferentes a las que en estos mismos momentos imperan en Irak.
¿A cuántos generales habrá que matar en aras de una paz que al parecer nunca llegará?